José Soler Puig, entre nuestros grandes del siglo XX

SONIA SÁNCHEZ
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Tan santiaguero fue que nunca quiso partir de su ciudad natal y de ella ha sido considerado el cronista por excelencia. Cuando la XVI Feria Internacional del Libro Cuba 2007 irrumpe en las provincias del Oriente, se impone recordar la figura de José Soler Puig, a los 90 años de su natalicio y los casi 10 de su fallecimiento.

Uno de los más notables narradores cubanos del siglo XX, Soler Puig nace en Santiago de Cuba el 10 de noviembre de 1916 y muere el 2 de agosto de 1996.

De su inquieta existencia mucho se ha escrito hasta nuestros días. Desde sus primeros estudios en el colegio Dolores y los nunca concluidos de contaduría en La Salle, de teneduría en la Academia Milanés y de Letras, hasta los múltiples oficios y profesiones que debió enfrentar, unos por buscarse la vida, las otras —escritor radial, guionista de cine y hasta corresponsal de guerra cuando el ataque a Playa Girón— por llegar a ese público que lo admira dentro y fuera de nuestras fronteras.

Era controvertido, en ocasiones ríspido, afectuoso, consejero, crítico, irónico, laborioso, comentan quienes le tuvieron cerca. Muchos se refieren a su modestia, cualidad desmentida en entrevista a Prensa Latina en 1996 cuando confesó ser "vanidoso" (¼ ) Yo siempre escribí para que me leyeran y consideraran".

Comenzó a escribir de adolescente, deshizo cuentos, más adelante destruyó una novela, pero dejó un legado intelectual de talla superior en obras como Bertillón 166 (Premio Casa de las Américas 1960), novela de madurez —y de tensión—, traducida a más de 40 idiomas que expone las angustias del pueblo santiaguero en momentos de la tiranía de Batista.

El pan dormido (1975), otra de las grandes de Soler Puig, dibuja el ambiente en Santiago de Cuba en época de Machado. De esta Mario Benedetti dijo: "Es uno de los ejemplos más estimulantes de cómo las técnicas de vanguardia son compatibles con una comunicabilidad y una fluidez que permiten al lector introducirse y sentirse en el mundo novelesco, como si este fuera su propia casa".

Aparecen también en su legado creador En el año de enero (novela), 1963; El derrumbe (novela), 1964; El caserón (novela), El derrumbe; tres actos (testimonio), 1977; Un mundo de cosas (novela), 1982; El nudo (novela), 1983; Ánima sola (novela), 1986; y Una mujer (novela), 1987.

De los cuentos dispersos de Soler Puig, el ya fallecido poeta y periodista Luis Suardíaz escribió que cuando se reconozcan "se podrá apreciar la fuerza narrativa, el manejo de las situaciones, el fuerte sello de sus personajes y la recreación de situaciones y ambientes, con mano experta, con pasión y conocimiento de causa". Y destacó que debía recordársele "como un auténtico escritor, un hombre sincero y entrañable, y como un revolucionario cabal que desde su mocedad luchó por la igualdad social y la plena independencia patria".

Los frescos dibujados por Soler Puig de su terruño han quedado en la memoria histórica de la literatura nacional. Por ello se le recuerda en esta fiesta literaria, en cuya cita capitalina la narradora y directora de la Editorial Oriente, Aida Bahr durante la presentación del libro de su autoría José Soler Puig: el narrador también introdujo su criterio al precisar: "Quisiera que se reflexionara un poco sobre ese sistema narrativo que él creó para desarrollar sus novelas, que fue tan hábil y tan bien hecho que siendo el mismo caso en todas las novelas, cada una parece algo distinto; esa maestría que Soler tuvo es la que el libro quiere resaltar".

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