Nunca
olvidará la voz de la bestia: "Te vamos a putear, porque vos sos peor
que los otros. Mira que tocarle Beethoven a la negrada. Beethoven es
nuestro y vos lo manchás. Te vamos a dejar igualito que al Víctor
Jara". Ese que hablaba no daba golpes. Era argentino como él. A los
uruguayos les tocaba otra faena, la de la tortura. Se repartían los
papeles. Querían que firmara un documento en el que aceptara ser
comandante de los Montoneros. Un subversivo para dejarlo fuera del
juego. Su única y real capacidad de subversión había sido —y es
todavía— develar a los trabajadores en las fábricas y los campesinos
en las haciendas la hermosura de músicas secuestradas por las élites.
Esto le ocurrió a Miguel Ángel Estrella en el invierno austral de
1977, luego de que en febrero fuera plagiado en Montevideo por
fuerzas al servicio de la Operación Cóndor. El ya por entonces célebre
pianista había decidido tomarse un tiempo en Uruguay, al saberse
amenazado en su patria argentina por la dictadura. "Terminaba una gira
por Europa cuando en el aeropuerto madrileño de Barajas coincidí con
el coronel Ramírez, un personaje siniestro que había sido secuaz de
López Rega y la Isabel. Con tremendo cinismo insinuó que yo estaba
escapando del país y le respondí que no, que yo regresaba. Por si
acaso me quedé en Montevideo y mandé a buscar a mis hijos, que eran
pequeños, con mi asistenta. Yo había enviudado. Sinceramente pensé que
no se atreverían a tanto, por eso rechacé un ofrecimiento del general
Torrijos para vivir y trabajar en Panamá, aunque luego, justo cuando
me desaparecieron, estaba arreglando mi instalación en México, donde
tenía trabajo seguro. Pero equivoqué los cálculos".
Miguel Ángel cuenta ante mí aquella terrible experiencia. Lo hace
una mañana habanera de sol incierto y brisa fuerte sobre el Malecón.
Forma parte de la delegación con que Argentina correspondió al convite
como País Invitado de Honor a la XVI Feria Internacional del Libro
Cuba 2007. Por más de cuarenta años su nombre ha sido altamente
cotizado en los circuitos internacionales de música de concierto. Es
un pianista excepcionalmente dotado, cuyo prestigio indiscutido
alcanza dimensión universal.
"Pero mira qué paradoja —comenta—, yo, que siempre he permanecido
al margen de las aristocracias, tengo que agradecer que pasé de la
categoría de desaparecido a la de prisionero, gracias a
la intervención de la Reina de Inglaterra. Mi amigo Yehudi Menuhim,
que como sabrás es uno de los más grandes músicos de nuestra época,
solicitó a la Reina que mediara. Ella encargó a un emisario que transmitiera
a los militares uruguayos preocupación por mi caso. Hasta ofrecía un
piano para que en la cárcel no perdiera mi talento. Claro que nunca
hubo piano, pero al menos salí del anonimato de los desaparecidos
hasta que la solidaridad internacional influyó en que me liberaran en
1980."
De vuelta a la vida civil, Estrella tuvo que plantar firme sus
convicciones para no sucumbir a las tentaciones del mercado: "Algunos
empresarios discográficos se me acercaron a proponerme negocios
fabulosos. Solo tenía que dejar explotaran mi condición de ex
desaparecido y ex preso político. Uno hasta llegó a imaginar una
carátula de disco en la que debía posar con las manos esposadas. ¡Qué
vergüenza! Mi arte nada tenía ni tiene que ver con eso, ni con la
competencia. Es de una fatuidad tremenda clasificarse en el mercado,
andar diciendo que estás en la lista de los cinco o diez mejores del
mundo".
Entre las lindas quijotadas de Miguel Ángel está la creación en
1982 de la fundación Música Esperanza. Poner la música al servicio de
la comunidad humana y de la dignidad de cada persona. Llevar la música
a todos los sectores de la sociedad. Consolidar la paz devolviendo a
la música su papel de puente de comunicación y de solidaridad entre
los hombres y entre los pueblos. Esos son sus objetivos.
"De alguna manera —dice con la voz humedecida por la emoción este
músico tucumano— se trata de ser consecuente conmigo mismo y el
recuerdo de mi compañera Martha González, la madre de mis hijos. Ella
era muy guevarista. El día que nos enteramos del asesinato del Che,
lloró como si hubiese perdido a un familiar cercano. Justo en ese año,
1967, tuvimos una noche muy tumultuosa, en la que me dijo hasta
botijas verdes. Todo porque a solicitud del Rey de Noruega accedí a
una recepción oficial de la dictadura de Onganía en la que debía tocar
una sonata de Beethoven, cosa que no sucedió, puesto que los
asistentes hablaban en voz alta y escanciaban licores con desenfreno.
Ah, y cometí el pecado de darle la mano al tirano. Al retirarnos,
Martha me dijo: Miguel, tienes que definir tu rumbo. Ahora o nunca.
Desde entonces decidí no tocar para deslumbrar, sino para evocar
sentimientos."
Cada año, Estrella ofrece por el mundo cerca de cien recitales o
conciertos. Apenas el 40% le bastan para asegurarse la vida. El resto,
la mayoría, los dedica a causas sociales o a su fundación Música
Esperanza.
"Yo no he hecho carrera. Es una palabra que no va conmigo. Soy un
músico social. Créeme, mi mayor orgullo es haber sido nombrado
portavoz artístico de los trabajadores azucareros de Tucumán."