Un
privilegiado hijo de Oggún recorre la Feria del Libro en La Habana.
Alto, de fina estampa, maneras resueltas y verbo preciso, con la
cultura yoruba en la sangre y la pasión por la justicia repartida
entre mente y corazón. Como el orisha que habita en su cabeza, domina
los secretos del monte pero también los de la vida cosmopolita con sus
entuertos y asechanzas. Como los hijos de Oggún, es voluntarioso,
enérgico, franco. Así se nos presenta Wole Soyinka, dramaturgo y
poeta, novelista y crítico, buena y bella persona.
Confiesa que su vocación literaria nació tempranamente sin saberlo.
"Por leer, lo leía todo, hasta los catálogos comerciales. En mi casa
de Abeokuta, el pueblo donde nací, había una pequeña biblioteca y en
ella descubrí que las historias que contaban los libros podían ser
también las de las personas que conocía, y que algunas de las
historias de la gente de mi entorno eran incluso más interesantes que
las que estaban escritas en los libros. Con el tiempo supe también que
muchos de los mitos de la cultura occidental, e incluso de las
tradiciones asiáticas, tenían expresiones similares en mi cultura.
Todo eso está en mi obra".
En los encuentros que habitualmente durante la Feria conduce la
colega Magda Resik en la sala Nicolás Guillén, Soyinka habló sobre su
gusto por el teatro, expresión que lo ha hecho universal mediante una
obra que mucho pesó para que se convirtiera en el primer africano en
ser proclamado Premio Nobel de Literatura en 1986.
En su repertorio dramático figuran, como piezas esenciales, El
león y la joya (1964); La cosecha de Kongi (1967); La
muer-te y el caballero del Rey (1975); Opera Wonyosi
(1977); Un juego de gigantes (1985); y Réquiem pa-ra un
futurólogo (1985).
Pero hay que contar además con una obra poética deslumbrante —Idanre
(1967), Oggún Abibiman (1976) y La tierra de Mandela
(2003)— y apreciables novelas co-mo Los intérpretes (1965).
Al dialogar con el público, también aludió a las realidades del
mundo de hoy: "Pareciera que la violencia se anida en la estructura
genética de los seres humanos. En lugar de resolver los conflictos
mediante el diálogo, la elección de muchos es la violencia, el
sometimiento. Esto tiene que ver también con la estupidez y la
carencia de ideas de los gobernantes, pues lo más fácil es bombardear
o invadir. Los países más agresivos en la actualidad son los que
tienen líderes estúpidos".
Siendo un defensor de la tradición, de las raíces auténticas, a
Soyinka le estimula el futuro: "El escritor africano necesita
urgentemente desprenderse de la fascinación por el pasado. Por
supuesto, el pasado existe. El sentido real de lo africano establece
que el pasado existe ahora, en este mismo momento. Esto nos hace más
claro el presente y nos permite abrirnos al porvenir, pero no puede
convertirnos en gente sin compromiso, sin un proyecto de renovación,
en seres evasivos e indulgentes".
En un aparte con Granma, accedió a responder un par de
preguntas, una sobre el oficio de la escritura, otra acerca de su
concepto de la justicia:
"El escritor crece cuando esconde su ego y es capaz de traducir en
arte y con espontaneidad lo que le circunda. La justicia social
debería ser una norma universal y consustancial a la convivencia
humana".