Diez
años atrás, mientras ascendíamos en un Niva —rara avis en el
enloquecido tránsito de la capital— desde el centro de Port au Prince
hasta Petionville, donde su madre tenía un modesto y simpático
hotelito, hogar de cuanto intelectual cubano estuviera de paso por
allí, Georges Castera comentó los agudos contrastes entre la
creatividad popular ostensible en las mil y una estrategias de
sobrevivencia y la pobreza casi endémica padecida por sus
compatriotas: "Creo que mi gente se merece un mejor destino. Al menos
es lo que trato de alentar en cuanto escribo, porque Haití sangra y
canta dentro de mí".
Ayer, una vez más, he vuelto a encontrarme con Castera en la
Fortaleza de La Cabaña. Haití por primera vez presenta un pabellón
nacional en la Feria del Libro cubana y Georges lo prestigia con su
personalidad y su obra. Mas se trata de un poeta al que hay que
descubrir, Sus maneras sumamente discretas, su voz susurrante en
francés, kreol o español, su renuencia a cualquier tipo de
protagonismo, lo hacen pasar como una sombra leve en medio del
torbellino de autores, editores y lectores que inundan el antiguo
enclave de la época colonial.
"Soy tierno en el amor, pero duro en la política", confesó después
de haberse ganado a las decenas de personas que acudieron a la lectura
compartida con su amiga Nancy Morejón, hermoso contrapunto de
identidades y querencias.
La primera parte de la frase se explica porque Castera está
urdiendo un nuevo libro de poemas bajo el título Al nivel de la
mirada, en el que predomina el sujeto amoroso y la intimidad más
gozosa. La otra es una apuesta ética y un compromiso asumido a
conciencia que el poeta desarrolló al decir: "Nuestro deber
intelectual en estos momentos pasa por consolidar los espacios de
participación que hemos reconquistado y favorecer las alternativas de
cambio en una sociedad que ha padecido como ninguna otra en el Caribe
la ingerencia extranjera, la explotación y la pobreza".
Uno de sus mayores aportes consiste en defender la expresión en
kreol. Sobre ello, Nancy Morejón ha dicho: "Arraigado en el amor a las
tradiciones de su país natal y convencido de la necesidad de forjar
una patria tan vasta como la humanidad que la viera erigirse como la
primera nación independiente americana, Castera no sólo ha creado un
cuerpo literario en lengua francesa, sino en kreol, la lengua
vernácula por excelencia de la sociedad en que nació".
Él mismo ha reflexionado acerca de esa elección: "Un escritor
bilingüe como yo toma conciencia de que expresarse en kreol es siempre
una escritura en construcción".
Nacido hace 70 años en la capital haitiana, en los cincuenta
comenzó a hacerse sentir en la vida intelectual de su país, en un
momento de efervescencia: nuevos autores eran a su vez portadores de
nuevos estilos y ansias sociales, como Jacques Stephen Alexis, el
entrañable novelista de El compadre general sol, el luego
venerable Félix Morisseau-Leroy, y Paul Laraque. La vanguardia
pictórica se representaba en los nombres de Hervé Telemaque y Max
Pinchinat. Con el advenimiento de la dictadura duvalierista, Georges
marchó al exilio; vivió en Francia, estudió Medicina en España; hizo
teatro en Estados Unidos. Regresó en 1986 a su patria y desde
entonces conjuga la pasión por la poesía con las urgencias
revolucionarias.
Entre sus libros en francés se cuentan Le Retour à l'arbre
(1974), Ratures d'un miroir (1992), Les cinq lettres
(1992), Quasi parlando (1993), Voix de tête (1996) y
Brûler (1999). A La Habana ha traído su más reciente creación en
kreol, Blengendeng bleng, editado el año pasado por la Presse
Nationales d’Haiti, institución que desembarcó en La Cabaña con una
impresionante colección. "El título —señaló— es onomatopéyico; remeda
el cierre de los acordes de una guitarra en una pieza dramática. Así
yo veo la realidad de mi Haití".
Hace apenas unos meses mereció el Premio Carbet del Caribe 2006,
uno de los lauros literarios más importantes de la región, por su
libro El soplo del mago. "Uno suele decir en casos como ese que
fue una sorpresa —comentó ayer—, pero en realidad lo fue, pues en
nuestra región son tantos y tan buenos los poetas".
Castera ama la música, es un buen guitarrista aunque diga que hace
rato no toca el instrumento. Fue jurado del Premio Casa de las
Américas en 1996. Siente a flor de piel una cercanía hacia Cuba.
"Aquí no soy ajeno, aquí respiro el mismo aire de mi casa".