Este 22 de diciembre se cumple un cuarto de siglo desde la firma
en Nueva York de los acuerdos que garantizarían la independencia
definitiva de Namibia, la seguridad de Angola y la paz entre los
países del suroeste africano y, en consecuencia, el regreso
victorioso de nuestras tropas internacionalistas. Sobre este pasaje
de la historia compartida entre africanos y cubanos conversó con
Granma Jorge Risquet Valdés, miembro del Comité Central del
Partido.
—Aquel día de 1988, en la mesa de negociaciones estaban de un
lado de la Re-pública Popular de Angola (RPA) y Cuba, y de otro
Sudáfrica. Usted presidió la Delegación de nuestro país en ese acto
histórico. ¿Pudiera describirlo para los lectores?
—Con mucho gusto recordaré momentos tan gratos y emotivos. En uno
de los grandes salones de Naciones Unidas y en presencia de su
Secretario General Javier Pérez de Cuellar, nuestro canciller
Isidoro Malmierca suscribía, en nombre de Cuba, los llamados
Acuerdos Tripartitos.
A su lado, el general de cuerpo de ejército Abelardo Colomé
Ibarra subrayaba el papel de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas
Revolucionarias en la epopeya que el pueblo cubano escribió en
Angola y África, a lo largo de tres lustros, donde participaron más
de 380 mil soldados y oficiales, y cerca de 75 mil colaboradores
civiles.
Desde mi asiento de Presidente de la delegación cubana a la
memorable ceremonia, me pareció que en el momento de la firma, la
estrella de Héroe de la República prendida en el pecho de Colomé,
fulguraba con más brillo. Pensé en la estrella que llevaba en la
frente Calixto García, la cicatriz heroica. Imaginé con cuánto
legítimo derecho hubiera estado en París, en diciembre de 1898 como
Lugarteniente General del Ejército Libertador, para firmar a nombre
de nuestra Patria el acuerdo de paz que pusiera fin oficialmente a
la guerra hispano-cubana-norteamericana y reconociera el nacimiento
de una nación soberana, la heroica Cuba, que durante 30 años había
esgrimido con impar bravura el machete redentor y pagado su libertad
con la sangre y la vida de cientos de miles de sus hijos. Sin
embargo, la historia fue bien diferente.
Parecido pensamiento me había asaltado tres décadas atrás, cuando
en la noche del Primero de Enero de 1959 los combatientes bajamos
jubilosos tras Fidel y Raúl desde las lomas de El Escandel,
atravesamos entre vítores El Caney y fuimos acogidos triunfalmente
en Santiago de Cuba.
La entrada del Ejército Rebelde en Santiago y la victoria sobre
la sangrienta tiranía prohijada y asistida militarmente por Estados
Unidos, reivindicaban para siempre la afrenta inferida a Calixto y
su tropa mambisa por el general norteamericano Shafter, al impedir
su presencia en la ciudad que habían ayudado decisivamente a cercar
y hacer capitular a sus defensores colonialistas. Y lo que era más
importante aún, anulaba para siempre el Tratado de París y lo que le
siguió, la ocupación militar, la Enmienda Platt y la neocolonización
de Cuba por Estados Unidos.
—¿Qué rol desempeñó Cuba en las negociaciones?
—La presencia cubana en esta ceremonia de Nueva York, como
signataria de los Acuerdos y miembro de derecho pleno, junto a los
hermanos angolanos, en las negociaciones que transcurrieron durante
todo el año 1988, mostraba el reflejo de los éxitos militares que
las tropas de Cuba, Angola y la SWAPO (Organización del pueblo de
África del Sudoeste, la resistencia namibia) habían logrado en el
campo de batalla y de la posición firme de nuestro país, que
compartía el Gobierno de Luanda, rechazando la pretensión
norteamericana de que fuéramos excluidos de unas discusiones donde
uno de los temas debatidos se refería a las tropas
internacionalistas cubanas.
Desde principios de la década del 80, representantes de Angola y
Estados Unidos habían sostenido no pocos encuentros bilaterales
acerca de la situación en el suroeste africano. En todos ellos, los
personeros de Ronald Reagan planteaban la exigencia de la retirada,
en plazos conminatorios, de las tropas cubanas que habían acudido al
llamado de Agostinho Neto desde 1975, al amparo del Artículo 51 de
la Carta de las Naciones Unidas, cuando la joven nación, en el
momento mismo de conquistar su liberación del yugo colonial, fue
invadida por poderosas fuerzas extranjeras desde el norte y desde el
sur.
Al mismo tiempo, la Casa Blanca mantenía una política de
compromiso constructivo con el régimen del apartheid y proporcionaba
suministros bélicos a los fantoches de la UNITA (Unión Nacional para
la Independencia Total de Angola). En consuno con Pretoria, EE.UU.
presionaba a Angola para que solicitara la retirada del contingente
militar cubano, como única alternativa para evitar los golpes del
gran garrote sudafricano.
Washington ofrecía a cambio vagas promesas: reconocimiento
diplomático, inversiones de las transnacionales norteamericanas, una
imprecisa solución al tema de Namibia mediante una Resolución 435
(acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU para Namibia)
modificada, mediación para la reconciliación con la UNITA y con el
Gobierno de Mobuto en Zaire.
En julio y septiembre de 1987, se efectuaron en Luanda dos rondas
de negociaciones bilaterales EE.UU.-RPA. El asistente del Secretario
de Estado para los Asuntos Africanos, Chester Crocker, pretendía
jugar el papel de intermediario entre Angola y Sudáfrica. Las
exigencias del gobierno racista, transmitidas con mal disimulada
simpatía por Crocker, resultaron inaceptables.
En estas reuniones —en las que no se llegó a nada tangible— como
en las de los años anteriores, Estados Unidos se opuso rotundamente
a cualquier participación cubana, como no fuera en la ceremonia
final de firma de la retirada de nuestras tropas. Pretendían
desconocernos, como en París de 1898, como en la Crisis de Octubre
de 1962.
—Se repetía, sí.
—Pero, ¿cómo se desarrollaba el proceso en el terreno militar?
—En el mes de julio de ese año, se había iniciado la ofensiva de
una fuerte agrupación de las FAPLA (Fuerzas Armadas para la Liberación
de Angola), con asesoría soviética, en dirección al extremo sureste
del inmenso país, Cuito Cuanavale-Mavinga-Jamba, sede este último
punto del cuartel general de la UNITA.
Tal como ya había sucedido dos años antes, al acercarse las
tropas de las FAPLA a su objetivo, los sudafricanos intervinieron
para impedirlo. Mas esta vez, no se limitaron a interferir el avance
angolano, sino que iniciaron la persecución de las unidades de las
FAPLA en retirada, con poderosas fuerzas de blindados y artillería
de largo alcance. La infantería era fundamentalmente de la UNITA, el
batallón mercenario Buffalo y tropas negras reclutadas en Namibia,
encuadradas por oficiales blancos.
En esta ocasión, Pretoria no justificó su intervención, como era
usual, con el pretexto de perseguir a las guerrillas de las SWAPO,
sino patentizó su intención de avanzar en dirección nordeste y
aniquilar las unidades de las FAPLA. El presidente sudafricano
Pieter W. Botha y varios ministros de su gabinete, impúdicamente,
revistaron sus tropas en territorio angolano, con intencionada
publicidad.
La agrupación angolana se replegó hacia Cuito Cuanavale y en esta
pequeña cabecera municipal situada en la margen occidental del río
Cuito, estableció sus posiciones defensivas. Fue evidente que las
tropas angolanas podrían ser cercadas y aniquiladas en Cuito
Cuanavale.
—¿Cómo recuerda la acción de Cuito Cuanavale? En estos días
dolorosos en que recordamos a Mandela, nos viene a la mente el
momento cuando este afirmó que esa batalla cambió para siempre la
historia de África.
—A pedido de Luanda, la Dirección de la Revolución decidió, el 15
de noviembre, enviar a Angola las fuerzas y medios adicionales
necesarios para resolver, de una vez y por todas, la situación en el
sur de aquel país.
El Comandante en Jefe asumió directamente, junto a Raúl y al
Estado Mayor de las FAR, la dirección cotidiana y en detalle de las
operaciones durante los diez meses finales de la guerra, así como
del proceso negociador. En enero de 1988, la correlación de fuerzas
en el teatro bélico meridional experimentó un cambio favorable a
nuestras armas.
Cuito Cuanavale devino baluarte inconquistable y un símbolo de la
resistencia y la victoria frente a las huestes del apartheid. El
general de cuerpo de ejército Leopoldo Cintra Frías regresó a Angola
para asumir el mando de la concentración de tropas cubanas,
angolanas y de la SWAPO en el sur del país: 50 mil hombres, mil
tanques, 600 transportadores blindados, 1 800 bocas antiaé-reas de
todo tipo, 370 piezas de artillería terrestre, 80 aviones y 20
helicópteros de combate, en números redondos.
—¿Cuál fue el impacto de esa victoria en el proceso negociador?
—La nueva situación permitió exigir a Estados Unidos, como
condición sine qua nom para nuevas rondas de conversaciones,
la participación de Cuba junto a Angola. Washington se vio obligado
a aceptar ese amargo trago.
El curso de la guerra comenzaba a ser desfavorable para su
aliado, por lo que para Estados Unidos resultaba urgente encontrar
una solución negociada, que mejorara, además, su imagen y sus
relaciones con África.
El jefe negociador norteamericano, Crocket, en su libro La
hora crítica de África meridional escribió: "Mbinda y el
general Nadalu suspendieron la reunión para buscar a Risquet. Era el
29 de enero de 1988. La negociación estaba a punto de cambiar para
siempre".
Estados Unidos fue constreñido a comprometerse en organizar un
encuentro entre los países que participaban directamente en el
conflicto: Angola y Cuba de una parte, Sudáfrica de la otra. Los
norteamericanos participarían en la reunión como "mediadores",
aun-que en realidad eran partícipes y cómplices de la agresión a
Angola.
La primera reunión "cuatripartita" se efectuó el 3-4 de mayo en
Londres. La segunda, en El Cairo el 24-25 de junio, donde se acordó
un nuevo encuentro para el 11 de julio en Nueva York.
En El Cairo les hablé muy duro a los sudafricanos, pues
presentaron un documento absurdo, donde nos pedían hasta el número
de cubanos casados con angolanas y cuáles eran nuestras posiciones
militares en el sudeste de Angola. Y a los angolanos les exigían que
en solo seis semanas hicieran un gobierno compartido MPLA
(Movimiento Popular de Liberación de Angola)UNITA. Al final de esa
reunión bajaron el tono. Se lo habían recomendado los
norteamericanos. Hace algunos años el gobierno sudafricano nos
entregó el acta de aquella reunión yanqui-racista.
Al día siguiente de la cita de El Cairo se produjo un ataque
artillero sudafricano sobre las posiciones cubano-angolanas en
T'Chipa. El día 27 la aviación cubana descargó un demoledor golpe de
réplica sobre las instalaciones militares del enemigo en Calueque,
al mismo tiempo que su 61 batallón mecanizado fue casi aniquilado.
El golpe propinado a las tropas invasoras resultó lo
suficientemente convincente para el gobierno de Pretoria. La
negociación sería el camino de menor riesgo para el régimen. Se
produjo un cese al fuego de facto en el sur de Angola. En el mes de
agosto, todas las tropas sudafricanas se retiraron del país.
Sin embargo, el proceso de negociaciones se prolongó durante seis
meses más con reuniones en Nueva York, Isla Sal (Cabo Verde),
Ginebra y Brazzaville.
Así se llegó a la sede de la ONU en diciembre de 1988. Cuando el
canciller de Sudáfrica, Pik Botha, custodiado por el general Malan,
estampó su firma en la última hoja del pliego del Acuerdo
Tripartito, esta vez mi pensamiento voló hacia el futuro. Era como
si estuviera firmando la orden de excarcelación de Nelson Mandela y
el Acta de defunción del oprobioso régimen del apartheid.
—A propósito, háblenos del expresidente sudafricano. ¿Cómo lo
recuerda?
—Los acuerdos se cumplieron. En Namibia se aplicó la Resolución
435 de la ONU. La SWAPO ganó las elecciones y el 21 de marzo de 1990
su máximo líder, Sam Nujoma, asumió en Windhoek la presidencia de
Namibia independiente.
Integré la delegación cubana al histórico evento, presidida por
el Comandante de la Revolución Juan Almeida. También formaba parte
el General de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías, quien
comandó nuestras tropas victoriosas en el sur de Angola, y los
diplomáticos Mazola y Dalmau.
En el mes anterior, el 11 de febrero, había sido liberado Nelson
Mandela, quien asistió al acto fundacional de la República de
Namibia y allí lo conocimos.
Fue muy emocionante. Sus palabras de reconocimiento a Cuba son
incomparables. Felizmente fueron grabadas por la cineasta Estela
Bravo y en estos días su documental se ha transmitido en nuestra
televisión.
—¿Volvió a encontrarse con Mandela en otras ocasiones?
—Mandela estuvo en Cuba al año siguiente, en julio de 1991. El
documental que mencioné recoge los detalles de su estancia.
Hubo una tercera ocasión, en el año 2005. Mandela y su esposa
Graca estaban de descanso en Maputo. Lo supe por nuestro embajador y
le pedí una entrevista para saludarlo.
Graca —a quien conocía desde la época del 70— respondió
inmediatamente que sí, esa misma tarde.
Magnífica casualidad, en nuestra embajada había un libro de
poemas de Antonio Guerrero.
Después de los saludos de rigor, le expuse al prisionero más
famoso de la historia la situación de nuestros Cinco Héroes
Prisioneros del Imperio y le entregué el libro de Tony, en idioma
inglés.
Mandela se sentó en un sofá y comenzó a leer. Madiba disfrutaba
de la lectura. Pasaron más de 15 minutos. Todos en silencio.
Poco tiempo después, decidí terminar mi visita, que debía ser
breve. Mandela transmitió muy cálidos saludos a sus hermanos Fidel y
Raúl, y para el pueblo cubano. Estas fueron sus últimas e
inolvidables palabras: "El poeta y sus cuatro compañeros saldrán de
Robben Island".
El presidente Barack Obama, que rindió tributo a Mandela en su
funeral, podría rendirle el mejor de los homenajes: ¡Liberar a
nuestros Héroes prisioneros en cárceles norteamericanas!
Al concluir la conversación, Risquet nos entregó una foto de
Mandela leyendo los poemas de Tony, así como una carta que el
antiterrorista cubano le envió tiempo después de aquel encuentro en
el 2005, en la que se refería a un mensaje y un dibujo que le había
hecho llegar mediante nuestra embajada en la nación africana al
fallecido expresidente.
También nos contó, que por la misma vía, Mandela le había enviado
a Antonio Guerrero un breve mensaje de saludo firmado sobre una
fotocopia del propio dibujo de su rostro, obra del prisionero poeta.