Rolando Ruiz, jefe del Taller, asevera a Granma que la
estancia de ellos aquí ha sido doblemente provechosa, en el sentido
de la inyección de sangre joven proporcionada por los estudiantes a
los tres chapistas, los cuatro pintores y el ayudante de la
instalación; pero sobre todo en la adquisición de habilidades de los
jóvenes obreros calificados para el posterior desempeño de su
oficio.
Durante el segundo año de su carrera, los muchachos del Cinco de
Septiembre aprenden los rudimentos de su labor en esta unidad a
través de dos periodos: de septiembre a diciembre, cuando combinan
enseñanza teórica con la praxis cotidiana; y de febrero a junio,
etapa eminentemente práctica.
Ellos, quienes se rigen por la disciplina establecida en el sitio
y deben emplear sin excepción los medios de protección, cuentan con
los módulos de los operarios a su disposición, así como con todos
los materiales indispensables de cara a su trabajo.
Para obtener su calificación, precisan cumplir los requerimientos
de una guía de entrenamiento que los conduce al conocimiento de cada
una de las facetas del necesario oficio de chapistero.
A sus 16 años, ya Yorelbis Rodríguez González habla con propiedad
de términos inherentes a la especialidad, a la manera de confección
de plantillas para las piezas planas, empleo de instrumentos de
medición directa (cintas métricas, reglas), corte de piezas con
tijeras o cizallas manuales y eléctricas, preparación de superficies
de trabajo para el pulido y la pintura, alisamiento de chapas, uso
de diferentes tipos de martillos, soldadura de metal¼
.
No se le queda atrás Juan Pablo Rizo Hernández, de 17 años, quien
se refiere sin tropiezos al trabajo con alambres de bronces u otros
materiales y ya fue capaz de reparar completamente un auto marca
Nissan, además de atender colisiones por accidentes o diversas
causas, herrumbre y deterioros de diverso rango.
Su coetáneo y compañero de aula, Raúl Ernesto de la Barca Suárez,
también dice sentirse en condiciones de chapistear cualquier
vehículo. Ya ha hecho pisos, tapado parches de áreas bajas e
incluso, modificado pasillos interiores, comenta.
Está consciente Raúl Ernesto, como el resto de sus compañeros, de
la importancia social de la formación de obreros calificados. "Sin
los chapisteros muchos carros que pueden recuperarse tendrían que
ser tirados a la basura, por golpes o podredumbre. Este oficio, como
muchos otros, es muy necesario para todos", subraya el joven.
Los obreros calificados que concluyeron sus prácticas en este
taller durante el pasado curso ya laboran en organismos del
territorio, reciprocando ahora a la sociedad su formación en el
imprescindible arte de los oficios.