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(14 de junio de 2006)
Fisgoneo en la red
DEISY FRANCIS MEXIDOR
Muchos
de los problemas de George W. Bush son causados por él mismo,
asegura Stephen Wayne, profesor de Gobierno de la Universidad de
Georgetown, en Estados Unidos. Traducido al español eso podría
significar que el presidente tiene una evidente incapacidad para
dirigir a su país y que la paranoia por dominar el mundo lo ha
llevado demasiado lejos.
Uno tras otro, los
escándalos se dan la mano en la Casa Blanca. Para algunos analistas
ya es una calamidad el mandato del jefe de la Oficina Oval e incluso
se preguntan: ¿Y qué pasará ahora?, después de asistir a tantas
malas noticias, que van desde la indignación de los
estadounidenses, debido a la pobre actuación del gobierno ante el
desastre ocasionado por el huracán Katrina en agosto del pasado
año, hasta el anticonstitucional programa de espionaje interno, que
se azuza nuevamente cuando el gobierno defendió ante un tribunal,
el fisgoneo sin una orden judicial, alegando que el proyecto está
bajo la autoridad del Presidente.
La jueza del distrito de
Detroit, Anna Diggs Taylor, escuchó los argumentos en un caso
presentado por la Asociación de Libertades Civiles de Estados
Unidos (ACLU, por las siglas en inglés), que ha exigido un cese
inmediato del programa, indicando que viola los derechos a la
libertad de expresión y a la privacidad. Sin embargo, la
administración Bush ha pedido a la magistrada que deseche la
demanda basándose en razones de secreto de Estado.
Bush ordenó espiar a sus compatriotas.
Los participantes en la
demanda de la ACLU —entre ellos periodistas, especialistas en
diversas profesiones, y abogados—sostienen que la arbitraria
medida ha afectado la posibilidad de concretar sus tareas, pues
contactos internacionales, tales como fuentes y testigos
potenciales, por temor, no desean compartir su información por vía
telefónica o a través del correo electrónico.
El programa de espionaje
fue revelado a mediados de diciembre del 2005 por un artículo en
The New York Times y hace poco el propio rotativo demandó al
Pentágono para que publique todos los documentos que puedan arrojar
luz sobre el controvertido tópico.
Se ha filtrado que
algunas de las decisiones del mandatario no se consultan previa ni
frecuentemente al Congreso y que los legisladores suelen ofenderse a
causa de inadmisibles "soslayos presidenciales". Esa falta de
comunicación se reflejó, especialmente, cuando Bush le indicó a
la Agencia de Seguridad Nacional, en el 2002, que emprendiera esas
labores de vigilancia electrónica dentro de la nación como parte
de las "enseñanzas del 11 de septiembre".
No hace mucho el senador
demócrata por Wisconsin, Russ Feingold, sugirió someter al
gobernante a un voto de censura por su plan de espiar a los
ciudadanos sin autorización, lo que equivaldría a una
amonestación para este, utilizada una sola vez en la historia
contra Andrew Jackson, en 1834. Sin embargo, el mensaje de la "guerra
contra el terror" de George W. Bush intenta continuar su paso a
cualquier costo a través de la práctica: o estás con nosotros, o
eres nuestro blanco, doméstico o en el extranjero, pero sin
especificar si este diabólico engendro es o no selectivo.
Activistas contra la
guerra de Iraq o personalidades con posturas que difieren de los
puntos de vista que salen de Washington han comenzado a quejarse al
respecto. Para Michael Ratner, presidente del Centro por los
Derechos Constitucionales, la cuestión es evidente: "Cada
estadounidense debiera estar en rebelión política contra los
criminales que ahora manejan el país".
Pese a que hasta hoy el
gobierno ha admitido que ha realizado tareas de espionaje interno
con las comunicaciones internacionales de los estadounidenses sin
solicitar permiso de un tribunal, las diatribas apuntan hacia la
ilegalidad del acto y a un Bush que no puede tener una autoridad
ilimitada para llevarlo a la práctica. "El presidente Nixon estuvo
a punto de ser acusado —pero renunció antes—, gracias a que
conceptuaba exactamente lo mismo", reflexiona a Granma vía
correo electrónico la colega norteamericana Jennifer Van Bergen,
para quien el actual mandatario ha cometido un crimen, mientras
permite que "ciertos terroristas" permanezcan libres y manda a la
cárcel a otras personas que tratan de luchar contra el terrorismo.
Este es un patrón muy claro de esta Administración.
Tan claro que Luis
Posada Carriles podría irse a la calle desde la prisión de Texas,
donde recibe protección. Orlando Bosch no es molestado en Miami;
Rodolfo Frómeta aparece en El Nuevo Herald ofreciendo agresivas
declaraciones cada vez que lo desea; Santiago Álvarez Fernández
Magriñá es sorprendido con un alijo de armas en pleno sur de la
Florida y es calificado como "benefactor" y "empresario"...y cinco
verdaderos luchadores contra el mismo terrorismo que Bush finge
combatir, permanecen en injusta prisión desde 1998.
Habría que ver cuántos
correos y conversaciones de Bosch, Frómeta y compañía, confesos y
probados criminales, han sido interceptados por la Agencia de
Seguridad Nacional para cumplir, a fin de cuentas, una reciente
afirmación bushiana: "La seguridad del pueblo estadounidense
depende de nuestra habilidad para saber con quién están hablando
los terroristas y qué están planificando".
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