(01 de abril de 2006)
El bufón malhumorado
ALFONSO NACIANCENO
El
último grito... y no precisamente de la moda, lanzado por W. Bush
en aras de recuperar el reconocimiento de los norteamericanos ha
sido mostrar su supuesto don de humorista, aunque el mundo se le
esté cayendo encima.
En recientes
comparecencias ante la prensa se ha vendido como gracioso. Así
pretende revertir el descenso en barrena de su popularidad,
determinado por diferentes factores, entre otros: la crítica que ha
soportado debido a la agresión y conducción de la guerra en Iraq;
la reacción contra la lentitud del Gobierno en la ayuda a los
damnificados por los huracanes; los problemas de la economía,
agobiada de cara al creciente déficit presupuestario; la
inconformidad de la población ante la reforma de la seguridad
social, y la preocupación con el sistema de jubilación.
Aún en medio de tantas
calamidades, el inquilino de la Casa Blanca insiste en hacerse el
chistoso. En una conferencia de prensa, para desatar la risa del
auditorio, dijo que Elizabeth Bumiller, corresponsal del diario The
New York Times, se durmió cuando él pronunciaba un discurso. La
bufonada signó sus intenciones de sobresalir, aunque fuera con una
broma de mal gusto.
En julio del 2003, tras
mantenerse sobre el 70% de aceptación en los primeros dos años de
aquel mandato inicial, una encuesta aleatoria dirigida por el
investigador y político John Zogby arrojó un descenso hasta el 53%
en la aprobación de la gestión de Bush. En mayo del 2005, la misma
empresa Zogby aportó la nefasta noticia: 46% de aceptación,
mientras que en marzo de este año, firmas como la Gallup y la
Harris Interactive coincidieron en que los valores cayeron por un
barranco: 36%.
PEOR QUE CLINTON Y
REAGAN
La popularidad de W. es
ahora inferior a la de sus dos más recientes predecesores, en igual
etapa de sus segundos mandatos. William Clinton (demócrata, 61%) y
Ronald Reagan (republicano, 57%). Sería preciso remontarse a la
peor época de Bush padre como presidente (con una crisis profunda),
o a los tiempos negros de Richard Nixon (atrapado en el Watergate)
para ver un desbarajuste similar.
Esta aciaga realidad ha
despertado el humor crítico de analistas de opinión a la manera de
Karlyn Bowman, del American Enterprise Institute, para quien “este
Presidente debía sentirse contento de no estar compitiendo por la
reelección”. Y si Bowman fue sarcástico, otro investigador, Paul
Light, no lo perdonó al compararlo con un jugador de casino
condenado a seguir apostando para pagar sus pérdidas.
No pocos
correligionarios del gobernante norteamericano comienzan a
abandonarlo, preocupados ante la posibilidad de que el desplome de
su popularidad les perjudique en sus aspiraciones de reelegirse para
el Congreso, en el próximo noviembre. De perder esos comicios
parlamentarios, Bush terminaría sus dos últimos años de gestión
sin poder real.
Es evidente que sus
propios aliados evitan el contagio con ese declive. En su reciente
discurso en Cleveland, donde W. abordó el tema de Iraq, los
republicanos de Ohio no asistieron. Y en una cena privada en
Pittsburg, en la cual el jefe de la Casa Blanca recolectaba fondos
para la campaña del senador Rich Santorum, republicano por
Pensilvania, el beneficiario no apareció en público junto a su
mecenas durante la velada.
¿Huirán espantados
ante tanta incoherencia? Recordemos el eufórico anuncio de que la
guerra en Iraq (agresión) terminaba en marzo del 2003, pero ahora
el usuario de la Oficina Oval se aparece diciendo, de manera
displicente, que la decisión del retiro de las tropas de aquel
país quedará en manos de su sucesor.
Hasta se molesta con esa
misma prensa a la que pretende parecerle simpático. Primero se
atrincheró en un optimismo a prueba de bala en torno a la
actuación de sus tropas en Iraq; después comenzó a culpar a los
medios (especialmente a la televisión) de darles prioridad a
noticias e imágenes totalmente negativas, que dejaban al
descubierto el descalabro de los agresores soldados yankis.
Hace poco el rotativo
francés Le Monde, aseguró: “Se precisa una alta dosis de mala fe
o ceguera para no constatar que la política exterior norteamericana
va por un callejón sin salida”.
Y todavía Bush insiste
en pujar gracias...
|