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24/10/2002
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Revelaciones

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Durante los últimos 139 años no fueron pocos los que traspasaron los portalones de la iglesia barroca de San Isidoro, en Roma, y apresuraron el paso en busca de dos obras del gran Gian Lorenzo Bernini. Llegar y ver aquellas esculturas en las que la emoción y el aparente movimiento sobre el mármol, como en otras tantas suyas, adquirían connotaciones de asombro.

Éxtasis de Santa Teresa, una de las obras
maestras de Bernini en la que la luz ilumina
el espíritu barroco del mármol.

Un secreto a voces, sin embargo, se había extendido desde el año 1863 hasta nuestros días: los que a partir de aquella fecha vieran las dos esculturas del maestro representando las virtudes de la verdad y la caridad, se quedarían a medio camino de la gracia artística transferida a la piedra por Bernini y sus asistentes, a mediados del siglo XVII.

Figura cumbre del barroco, Bernini había sido el primer escultor en tener en cuenta el dramatismo potencial de la luz en los grupos escultóricos. Brilló no solo con el cincel y mediante la escuela que desarrolló en torno a él, sino también como pintor, arquitecto, escenógrafo y autor teatral. Y no faltan memorias escritas dando cuenta del revuelo que ocasionó con sus espectáculos de fuegos artificiales.

El gran talento de este napolitano con carrera en Roma lo convirtió en un mimado de la Iglesia. Esculpió altares y tumbas para el Vaticano y obras suyas como Éxtasis de Santa Teresa (1645-1652), son de esas monumentalidades que atraviesan los siglos sin perder la capacidad de fascinar.

Tenía Bernini, eso sí —como pudiera subrayar cualquier buen censor artístico de cualquier época—, "un problema": la refinada sensualidad que transmitía a sus obras. A veces, según el encargo y bajo cordiales presiones, cedía. Otras no. Tal parece que fue este último impulso el que le movió la mano al concebir las dos figuras de la iglesia de San Isidoro, desnudas de la cintura hacia arriba.

Así las admiraron los felices mortales que frente a ellas plantaron ojos durante dos siglos, hasta que la censura religiosa ordenó cubrirlas en el año 1863. El vestuario escogido entonces fue un corsé de bronce, enclaustro anatómico que duró 139 años. Hace unos días se decidió que ya era hora de darles respiración a las dos beldades del Maestro y fueron desvestidas, con la gran preocupación de que los senos plasmados en la blanca piedra hubieran sufrido los estragos del encierro.

Atrás quedaban varias generaciones de curiosos y amantes del arte que se fueron a la tumba contentados solo con los ensueños de un striptease marmóreo.

¿Pero qué había bajo el bronce protector?

Dos figuras intactas y muy bien conservadas "apretándose los pechos de un modo hasta seductor", confiesa una noticia de Reuters llegada a la mesa de trabajo, por desdicha sin fotos que ilustren la resurrección.

Desdicha que se extiende a otro sondeo relacionado con la pétrea desnudez: al contrario de las damas, la escultura desvestida de un querubín, también condenado a prisión metálica durante más de un siglo, demostró que el pobre angelote había perdido porciones vitales de aquellas partes que, aunque discretas, el Maestro tampoco dejaba de esculpir.

24/10/2002

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