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21/10/2002
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El rapto de las damas con tutús

JAIME SARUSKY

Pero mire usted que hay que ser osado, por no decir temerario, para que este hombre, Julio Breff, el pintor, recorra el camino inverso de una tradición de siglos y se arrogue el derecho inaudito de "secuestrar" al ballet y "llevárselo" al surco mismo, al lomerío, como acostumbraban los guajiros en otros tiempos, —y todavía algunos en estos—, el alazán sedoso y brillante, listo a cargar y sentar al anca del rocín a su dama. Y ahora no es solo una sino toda una compañía la que vemos en esta exposición.

Quiero pensar en la estrecha relación danzaria y plástica de Alicia Alonso y del Ballet Nacional de Cuba con grandes maestros como Portocarrero y Mariano, por solo mencionar dos ejemplos; quiero y debo recordar a Degas y sus búsquedas en el mundo de la danza clásica. Pero todo esto tenía una coherencia, era orgánico, era la continuidad dentro de un fluir, como un sobrentendido tácito entre aquellos creadores de la Isla y Alicia, entre las coreografías inspiradas en sus obras, o a la inversa, las obras, como las escenografías diseñadas y pintadas por ellos para diferentes ballets.

Pero ahora todo es muy diferente. Breff ha venido a volar en pedazos la imagen sosegada de un hilo conductor sin sobresaltos por el fabuloso disparate de hurtarnos la imagen tradicional del ballet y ponerse a disfrutarlo él y sus vecinos de antes y de ahora, campesinos, obreros agrícolas, guajiros y guajiras atentos, embelesados ante los giros de las ballerinas más robustas que cualquiera de las mujeres de Rubens y hasta de aquellas morenas fortachonas que fumaban soberanos tabacos y le hicieron coro a la bailarina austriaca Fanny Essler en sus presentaciones en La Habana del siglo diecinueve. O sea, este es el ballet de Breff, su ballet con las ballerinas a su gusto, más o menos cargaditas, tal como él las concibe y las ve y así las representa y nos las entrega.

Aquí también está presente la intención humorística, medio bromista y flagrante, la picardía en las expresiones de los guajiros de Breff, que como otros suyos de años atrás, igualmente espectadores que se apretujaban para ver en la pantalla del cine móvil en la montaña La abeja reina, que entonces causó furor por lo picante y hoy le daría vergüenza por demasiado conservadora a cualquier mojigata.

Así, con una asombrosa libertad, Breff transfiere o mejor, rapta esa imagen, tan de la cultura de la ciudad, como es el ballet. Y ya que de raptos hablamos, hasta se da el lujo de parodiar El rapto de las mulatas de Carlos Enríquez, en uno de sus cuadros.

Pero Breff, que ya no me cabe duda, tiene algo de mago o de brujo, se ha empeñado, más que en representar, en hacerse con su arte de la vida más grata y placentera a que aspira para sí y que quisiera en el mundillo que lo rodea. O que tal vez, con razón, cree que merece. Y si no, ¿cómo interpretar que el partenaire de casi todas las ballerinas es la imagen del propio Julio Breff, no con zapatillas, sino con botas y todo, con su inseparable sombrero y todo, o sea, el ballet es el espectáculo, la maravilla, el regalo, la fantasía que les hace a los suyos y se hace a sí mismo para llenar un poco más sus vidas?

Gracias a esa imaginación muy suya rompe con todas las leyes de la supuesta lógica cotidiana. Y por ser tan fértil nos impone una nueva realidad, que seguramente él, obstinado de su reiterada vida campestre, altera esa vida suya y la nuestra, la que conocemos, y se alza contra la chatura y la rutina para conseguir los paraísos de sus sueños.

¿Acaso, por ejemplo, para ahorrarse el esfuerzo colosal de acarrear cubos de agua desde el río situado a más de un kilómetro de distancia de la que fuera su casa en Mazamorra, allá, en lo más intrincado de las montañas de Baracoa, no se le ocurrió inventar y pintar aviones de yaguas para hacerle así más fácil y cómodo el traslado?

Casi casi me atrevería aconsejarles a los que son infelices esta receta:

¡Pinta como Breff, pinta tus sueños, y te acercarás a lo que es ser feliz!

Dicen que su pintura es naif, es decir "ingenua", "primitiva". Cuestión de denominación, devaneos de academia, le susurran al oído a Breff que, olímpico, ignora al intrigante y al pedante. Él está en lo suyo: en amoldar con su arte la vida que quiere para sí, es decir, la mejor, la que trata de construirse todo ser humano normal o delirantemente imaginativo como Breff.

Así que, por favor, no le pida que sus cuadros respeten los cánones de la pintura renacentista, medieval, barroca o contemporánea. La suya es una obra con una visión muy personal, transgresora, de la realidad, que aunque no se lo proponga directamente, sacude la amodorrada capacidad del hombre para que pueda ejercer el oficio de vislumbrar una vida de más plenitud material y espiritual.

(La exposición de pinturas de Julio Breff, Campo-Ballet, se mantiene en la galería La Acacia, San José No.114 e/ Industria y Consulado, hasta el 3 de diciembre).

21/10/2002

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