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18/10/2002
Portada de hoy

El ejemplo nunca podrá sustituirse 
por palabras

RAMÓN BARRERAS

El joven maestro de preescolar avanzaba por la calle junto con sus alumnos. "Cállense..., cállense", les dijo a los pequeños en tono demasiado fuerte. ¿Por qué, si los niños solo mantenían sus conversaciones habituales, sobre los juegos de ayer, las aventuras de la TV...?

La anécdota, totalmente real, promovió en mi mente la vieja idea de escribir estas líneas con la intención de motivar la reflexión de quienes tienen la altísima responsabilidad de educar.

Cuando apenas era un adolescente me enfrenté a un aula, con los lógicos temores y expectativas que eso significa. Bastó un breve tiempo para percatarme del extraordinario valor y la influencia que tiene la actitud del maestro o profesor en la formación de los educandos.

El ejemplo nunca podrá sustituirse por palabras.

Estoy convencido de que esos casos son la excepción, pero existen y no son correctos. La inmensa mayoría de los educadores se caracteriza por tener una formación adecuada y manifestarse correctamente. Quizás por vivir tan cerca de dos escuelas he podido observar conductas que no se alejan de las normas que deben caracterizar en todo momento la labor de un profesor o maestro.

Nada justifica, ni justificará nunca, el empleo de frases groseras para llamarle la atención a un alumno, independientemente de la indisciplina que haya cometido, y hasta el uso en ocasiones—detestable, por cierto— de malas palabras. Cierto es que la actual generación de estudiantes en los diferentes sistemas de enseñanza es un tanto más avispada que las que le precedieron, pero esa y no otra es con la que debe trabajarse en cada centro.

La educación cubana se transforma, o más bien, se revoluciona. Disminuye el número de alumnos por grupo, los profesores son más integrales y se emplean con eficacia la televisión y los sistemas digitales, entre otros factores de influencia. Pero nada sustituirá nunca el papel del educador, el ejemplo de quienes tienen el deber de formar hábitos y crear habilidades y no solo enseñar los contenidos de determinadas materias.

No somos pocos los que recordamos siempre a los buenos maestros, a esos que nos enseñaron cómo andar por la vida del modo más correcto. Pero tampoco olvidamos a los que nos hirieron con palabras desmedidas, a los que nos sacaron del aula sin razón verdadera o a los que nos hicieron pasar una pena delante del resto de los compañeros.

El ejemplo, reitero, es insustituible.

18/10/2002

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