Nacionales
Internacionales
Culturales
Deportivas
08/09/2002
Portada de hoy

Daniel Chavarría descongela el iceberg

Antonio Paneque Brizuela

La mística teoría hemingweyana de la octava parte del iceberg ("arriba") y otras siete apoyando ("abajo") parece haber sido descongelada en la novela Adiós muchachos por un autor que "llena" sus breves páginas con la síntesis de una cultura donde se mezclan lo académico y lo mundano, pero sin que apenas se noten las enciclopedias y escaramuzas de barrio que pudiera ocultar —"bajo el agua"— ese lenguaje suyo a tiro de pistola para cualquier bañista.

Claro que no tiene que haber sido necesariamente esa la intención de Daniel Chavarría al concebir su versión original (escrita inicialmente en solo 32 días y luego mejorada) de esta obra ganadora ahora en un certamen estadounidense como el Edgar con antecedentes de linaje a lo Raymond Chandler, uno de sus ganadores colosales. Aunque Chavarría ya picaba cerca desde antes, mediante su Allá lejos, que le granjeó el Dashiel Hammett en Gijón (1992).

No resulta simple concebir una narrativa de estructura tan sencilla, párrafos de metáforas sin élite, todo afincado en la sintaxis regular (quizás erróneamente preterida por su "simplón" camino sujeto-verbo-complementos), formas de expresión y semántica al alcance de todos y un sabor a empatía capaz de extasiarnos y hacernos pensar: "¡Cómo te comprendo, Chavarría!".

Naturalmente que ello no se reduce solo a esta pieza de su extensa novelística (nunca olvidemos el perfume de Joy), pero la verdad es que en esta se queda uno esperando la aplastante erudición, los latinazgos, germanismos, galicismos y todo olor a lengua extranjera (si exceptuamos las coherentes frases en inglés, por demás traducidas) y complejidad retórica que se sobreentendería debiéramos esperar de un creador de alta calle, pero de elevada escuela, ex profesor universitario de latín y griego.

Pero cuidado, ya no es noticia en los tiempos modernos concebir lo complejo que es escribir sencillo. Igual a: lo difícil que es escribir fácil.

Por lo demás, un análisis más a fondo de la obra —excluido ahora por el espacio— revelaría una explicación menos exigua y un inventario más prolífico de virtudes (o defectos). Para el lector apurado baste añadirle que la novela se lee irremisiblemente "de un tirón", en lo cual coinciden todos los que han podido adquirirla, incluido el periodista español José M. Martín, quien recientemente hizo la primera presentación de Adiós muchachos en La Habana después de publicado en mayo último el dictamen de la Mystery Writers of América.

Martín apreció en esta novela "por lo menos cuatro o cinco ingredientes que deben exigírsele a este género (policíaco, negro, o de aventuras): buena historia, diálogos auténticos, dosis de humor, buena dosis de sexo y una gran dosis de ternura". El empleo del diálogo es en esta obra, por cierto, otra de las cargas expresivas que la acercan a Hemingway y recuerdan el filo coloquial del policíaco en Chandler y Hammett.

"Adiós muchachos es transparente como un cristal", nos decía, por su parte, Lesyani Sobrado, una lectora de ocasión.

"He leído todas las traducciones que han hecho de la novela —comenta el propio Chavarría—, pero no la había vuelto a leer en español desde los años 1996-97. Y, al volverlo a hacer ahora, la verdad es que me sorprendió. No está mala la novelita. Dice un viejo aforismo latino: 'Los libros tienen su propio destino', porque a veces van más allá de las intenciones del autor. Y con este libro ha pasado eso."

08/09/2002

Subirtop.gif (129 bytes)

Portada de hoy