Esperanzas por el futuro

Lino Oramas
Enviado especial de Granma

JOHANNESBURGO, Sudáfrica, 3 de septiembre.— Desde el continente africano, cuna de la humanidad, declaramos a los pueblos del mundo que estamos determinados a asegurar que nuestro futuro por un desarrollo sostenible es viable, consta en el borrador de la Declaración Final que bajo el título Desde nuestros orígenes hacia el futuro, deberá aprobar este miércoles la Cumbre de Johannesburgo.

Cuando los ojos del mundo están puestos en los acuerdos que de ella emanen y sobre todo, si serán cumplidos —dado el nivel de confrontación entre los intereses de los países ricos y los del Tercer Mundo, que dilató el proceso de negociación de su contenido hasta hoy—, lo que ocurre durante el debate general que tiene lugar en el plenario del Centro de Convenciones Sandton y las mesas redondas acerca de todos los temas de la agenda, puede dar una idea de que aun finalizada la cita, la batalla continuará.

Según el proyecto de Declaración Política, los firmantes asumirán como responsabilidad irrenunciable la de avanzar en los tres pilares inseparables: protección del medio ambiente, el social y el económico local, nacional, regional y en niveles globales.

En otros de sus párrafos, la Declaración trata acerca del compromiso por la vida de la actual y las futuras generaciones, reconoce las inequidades en la distribución de las riquezas, el subdesarrollo y la degradación medioambiental y social, todos a partir de los consensos logrados en el plan de implementación de lo acordado diez años atrás en Río de Janeiro y que se halla reflejado en el documento llamado Agenda 21.

Sin embargo, precisamente el interés de los poderosos por disminuir el nivel de compromiso que se reclama desde 1992, fue el motivo de la prolongación del plan que también deberá quedar finalmente aprobado este miércoles. Para los países del Tercer Mundo, incorporados al Grupo de los 77 más China, resultó una prueba alcanzar el nivel de unidad necesario a la hora de fijar sus posiciones con respecto a los intereses de los ricos.

Jean Bertrand Aristide, el presidente de Haití, uno de los países que más sufre por todos estos problemas, justificaba su llamado a una economía solidaria y el desarrollo sostenible con datos como que se emplean 300 000 millones de dólares al año por causas de desastres, mientras que una cifra menor puede resultar efectiva en evitar sus consecuencias, y hablaba de 1 100 millones de pobres, de las enfermedades que son evitables y por cuyas causas siguen muriendo millones de seres humanos.

Por su parte, el mandatario ecuatoriano, Gustavo Noboa, graficaba las diferencias diciendo que los ricos hablan hoy de calidad de desarrollo, mientras que traducido al lenguaje de los pobres se trata de elemental supervivencia, para luego recordar que las metas de la Cumbre del Milenio referidas a la pobreza, la educación y la salud no serán alcanzadas.

Vicente Fox, presidente de México, hizo un llamado a cumplir con los acuerdos de Monterrey, en refe-rencia a la Cumbre efectuada el pasado año en esa ciudad mexicana que, sin embargo, se señaló aquí como ejemplo de las reuniones a este nivel que no permitieron la confrontación de opiniones.

Algunos oradores, quizás sin importarles que puedan ser calificados de hipócritas, parecían estar dictando una conferencia promocional de turismo ecológico, al detallar las bondades del clima y la naturaleza de sus países y junto a ello, no obstante los niveles de pobreza y desigualdad social, falta de atención en salud pública y educación, no mencionados, se vanagloriaban con proyectos y leyes, que constantemente son violados para privilegiar compromisos contraídos al margen de la voluntad popular o por imposiciones de las instituciones financieras.

La mayoría de los europeos acepta la propuesta de destinar el 0,7% del Producto Interno Bruto de los países desarrollados como ayuda oficial al desarrollo, pero la urgencia que se precisa alcanzar en ello tiene en algunos casos, como el de Francia, límites a más largo plazo.