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14/08/2002
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La Luna invita a Pirandello

AMADO DEL PINO

Pocas veces en la vida escénica habanera cinco años arrojan un resultado tan rico y variado como este lustro que celebra la compañía Teatro de La Luna. El colectivo, liderado por Raúl Martín, se ha caracterizado por la definición de un repertorio en el que la interpretación del legado de nuestro imprescindible dramaturgo Virgilio Piñera es tal vez el logro esencial.

Luigi Pirandello (1867-1936) —ese clásico del teatro contemporáneo— estuvo hace poco en la cartelera teatral mediante la puesta en escena de Carlos Díaz, Así es si así os parece. Ahora Martín asume Seis personajes en busca de un autor, el más conocido de los títulos pirandellianos, la obra que ha devenido paradigma de la variante estética del teatro dentro del teatro. En ambos textos laten preocupaciones comunes como la relatividad de las palabras y los conceptos o el sentido y la posible trascendencia de lo cotidiano.

Este montaje de Teatro de La Luna resulta menos coreográfico y espectacular que otras puestas donde se proclama la formación, influida por la danza, de su director. Aplaudo que Raúl se pruebe también en la sobriedad y que demuestre profesionalidad siguiendo de cerca la letra del autor. Sin embargo, en toda la primera parte el juego escénico se torna demasiado frontal, y hasta elemental, para un creador que, otras veces, ha demostrado virtuosismo en las composiciones escénicas. En los momentos en que se pasa del plano de los errantes y dolientes seis personajes al mundo de la compañía que ensaya, se crea una imagen preciosa y exacta que recuerda el estilo por el que se reconoce a Teatro de La Luna.

El ámbito escenográfico —firmado por Diamel Pérez— sigue, con buen gusto y sin grandes pretensiones, el discurso autoral, mientras el diseño de vestuario establece con nitidez el contrapunto entre personajes y actores. Esa frontera se desfigura un tanto en el plano interpretativo. Gilda Bello asume la cuerda pirandelliana con una Primera Actriz bordada con ricos matices. La organicidad y madurez de Roberto Gacio, como El director, deja ver, por contraste, las escasas búsquedas de Marcial Reyes o de Lucía Juan.

Algo bien distinto ocurre con estas fantasías palpables que son los personajes en desesperado afán por convertir sus fantasmas en cuerpo artístico. Mario Guerra se ratifica como uno de nuestros intérpretes más orgánicos y derrocha variedad en la emisión vocal. Amarilys Núñez reina en el espectáculo por su sinceridad, vigor y precisión. La muy fogueada Nieves Riovalles da pruebas de oficio y encanto, aunque la puesta pudo aprovechar más su presencia en el elenco. Esta zona se debilita en la caracterización del hijo mayor. Ariel Díaz —muy celebrado en su debut con la compañía Hubert de Blanck— presenta esta vez serios problemas de proyección y saca poco partido al largo tiempo que debe permanecer en silencio.

Saludo este Pirandello —fresco, con sabor a de hoy mismo, como todo clásico verdadero— devolviendo su agudeza en el espejo de Teatro de La Luna. Si de pedir más se trata sugeriría al ya consagrado Raúl Martín que busque en el maestro italiano o en otros grandes autores variantes tan fuertes y originales como las que ha conseguido en su incambiable diálogo con Piñera.

14/08/2002

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