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13/08/2002
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La difícil cumbre ambiental de Johannesburgo

JOAQUÍN RIVERY TUR

La Cumbre de Desarrollo Sostenible, o 
Río + 10, como también ha sido llamada, debería ser la continuación lógica de la efectuada hace una década en Brasil con grandes esperanzas.

En aquella ocasión parecía haberse logrado una toma de conciencia sobre los problemas ambientales que azotaban y azotan todavía al planeta; sin embargo, la preparación de este nuevo encuentro ha demostrado que ha crecido la conciencia en buena parte de la sociedad, pero no en los gobiernos de los países desarrollados; sobre todo el equipo que dirige a Estados Unidos parece sentir fobia por el estado natural de la Tierra, al menos da la impresión de que lo odia.

El hombre no se preocupa por el medio ambiente por gusto, sino por un problema de supervivencia de la raza humana. Si se continúa destruyendo, con ello estaremos deshaciéndonos de las condiciones elementales que hacen posible la existencia. La salud del entorno es equivalente al bienestar del ser humano. Lo contrario es la muerte.

Es sumamente difícil lograr resultados positivos en este tipo de reuniones cuando los estados más poderosos del orbe están empeñados en no ceder ni un ápice en sus privilegios alcanzados por la fuerza. Por la fuerza los quieren mantener.

Estados Unidos no solamente se retiró del Protocolo de Kyoto sobre reducción de la emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero, sino que actualmente trata incluso de revisar los documentos que en su momento aprobó en 1992, cuando la llamada Cumbre de la Tierra, de Río de Janeiro.

El Grupo de los Ocho, pero fundamentalmente Washington, ha sido uno de los mayores obstáculos para el éxito de la reunión de Johannesburgo. Debido a ellos, una serie de negociaciones cayeron en un callejón sin salida y algunas naciones desarrolladas (Estados Unidos, Canadá, Australia) están tratando de que no se llegue en Sudáfrica a ningún acuerdo serio sobre temas como agua, energía, salud, agricultura y biodiversidad, según ha sostenido la organización Greenpeace.

En otro sentido, el gobierno de W. Bush demostró su oposición a asumir compromisos en temas como aportes para los programas de la Cumbre de Río, financiamiento para el desarrollo, protección del ambiente y subsidios a los productos agrícolas.

Si tenemos en cuenta que uno de los problemas ambientales fundamentales del mundo es la pobreza creciente de gran parte de la humanidad y de ahí la gran significación del financiamiento para el desarrollo, es fácil llegar a la conclusión de que a la Casa Blanca y a otros gobiernos no les importa mucho el tema.

Ya en la Conferencia de la ONU sobre Financiamiento para el Desarrollo, efectuada y en la práctica fracasada en Monterrey, México, en marzo pasado, se vio claramente que el mundo industrializado pensaba ceder muy poco ante las necesidades del Tercer Mundo y, teniendo en cuenta que desde entonces se hablaba de que aquella era un puente con la reunión de Sudáfrica, era de esperar que las mismas posiciones se repitieran en Johannesburgo.

Cuatro reuniones preparatorias para la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible han fracasado. La última de ellas, de nivel ministerial, efectuada en Bali, Indonesia, simplemente trasladó la discusión para el encuentro sudafricano entre el 26 de agosto y el 4 de septiembre. No pudo adelantarse nada debido a la intransigencia de las naciones ricas que encabeza Washington, a pesar de que los subdesarrollados hicieron grandes concesiones.

El ejemplo más claro de las posiciones se vislumbra en las palabras del ministro del Ambiente de Brasil, José Carlos Carvalho, quien se quejó de que los norteamericanos intentaron reabrir discusiones sobre las que ya había acuerdos y, además, dijo: "Un plan de objetivos requiere recursos y los países industrializados rehuyeron el compromiso, principalmente por la inflexibilidad de Estados Unidos".

Desde cierto punto de vista, es lógica la negativa de Washington a participar en estos planes. Su política es de aumentar subsidios que perjudican a los más pobres, apartarse de los acuerdos alcanzados. Incluso, el plan de desarrollo energético aprobado por Bush para su país, es una franca y pesada agresión al medio ambiente nacional sin tener en cuenta otra cosa que los intereses del sector energético al que él representa.

¿Cómo pensar que la Casa Blanca va a hacer ningún esfuerzo para paliar la pobreza en el mundo si se acaba de revelar en Estados Unidos que no hace nada cuando los fondos destinados a ayudar a niños de pocos recursos en su propio país son desviados para asuntos de personas adultas?

La reunión es importante a pesar de Estados Unidos. Si el autopretendido César del planeta se mantiene en sus trece, los demás representantes de naciones tienen energía suficiente al menos para hacerse oír y para que el mundo conozca la realidad, aunque de nuevo la prensa norteamericana haga como que no existen los conflictos por el calentamiento del clima, el peligro de la biodiversidad, la capa de ozono, la salud humana y, en fin, el hambre. La lucha hay que darla.

13/08/2002

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