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Nosotros la música, un filme actual Primavera de París Pedro de la Hoz La mayoría de los espectadores que en 1964 vieron en las pantallas el documental de 70 minutos Nosotros la música, dirigido por Rogelio París, no podía saber que estaba asistiendo al nacimiento de un clásico. Aún hoy esa palabra intimida y no faltará quien crea exagerada una afirmación que no es del cronista, sino de la prensa especializada norteamericana que por estos días ha descubierto la cinta en Los Ángeles y de colegas de Francia y Alemania que meses atrás, en La Habana, tuvieron la oportunidad de compararla con Buenavista Social Club, de Win Wenders, y Calle 54, de Fernando Trueba.
Justamente, estas dos últimas películas y el indiscutible boom que vive en este cruce de milenios la música latina, con la cubana en el furgón delantero, han obligado a volver la mirada al filme del realizador cubano, que decidió rodarlo a instancias de Julio García Espinosa, para dar testimonio de los múltiples planos que nutren la práctica musical en la Isla y sus repercusiones en la formación de valores identitarios. Mas no se limita al registro testimonial Nosotros la música, aunque este, por sí mismo, le bastaría para consagrarlo. Allí están las imágenes y los sonidos irrepetibles de la Charanga Nacional de Conciertos, de Odilio Urfé; el pujante nacimiento del Conjunto Folclórico Nacional; las singularísimas versiones que Bola de Nieve hizo de Ay mamá Inés y El manisero, cantadas en una velada en la que lo acompañan nada menos que el gran novelista Alejo Carpentier y el no menos notable caricaturista Juan David; Elena Burke, con Froilán en la guitarra, toda filin en Canta lo sentimental, de Gómez Montiel; la descarga viva de Frank Emilio con sus amigos Tata Güines en las congas y Guillermo Barreto en la batería; la auténtica rumba de solar en las voces de Carlos Embale, Celeste Mendoza y el Coro Folclórico; el toque juglaresco de Salvador Adams en la Casa de la Trova de la calle Heredia; los insólitos recitativos de los cordoneros de Orilé; y los sones fundamentales del Septeto Nacional Ignacio Piñeiro, bailado por Ada y Silvio, y Chapottín con su cofrade Miguelito Cuní. París fue más allá en su propuesta y es por ello que el documental adquiere en estos momentos su verdadero esplendor: a partir de una sintaxis que apela a la yuxtaposición de secuencias que se explican por sí mismas en tanto van articulándose unas con otras, el realizador ha ilustrado cinematográficamente los encuentros, coincidencias y confluencias de la cultura musical popular, y, más que todo, sus jerarquías. Lo que pudiera ser asombroso para quienes no estén empapados de la historia, fue realmente medular para París y sus protagonistas, todos imbuidos en el espíritu de la época y con una profesión de fe política, en el buen sentido de esta palabra: ellos supieron vivir lo contemporáneo y contingente como si no lo fuera y el tiempo les ha dado la razón. Supieron interpretar la claves de la cubanía en el nuevo plazo histórico que se acababa de inaugurar y lo demostraron al trascender el momento e instalarse en el futuro. Vale entonces hablar de un sempiterno estado primaveral para cada uno de los fotogramas de esta cinta honesta y consecuente con su reflejo, un ejercicio de cultura fílmica y musical imperfecto, inacabado, pero definitivamente clásico. |
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