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20/06/2002
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Argentina

¿Salida autoritaria a la crisis?

ORLANDO ORAMAS LEÓN

La probabilidad de la instalación de un régimen represivo en Argentina como solución a la profunda crisis que vive ese país comienza a ser una preocupación compartida. Así lo reflejó el diario La Nación, que refirió los temores de políticos, movimientos sociales y empresarios a lo que el periódico llamó una "salida autoritaria".

Y no es para menos. Frescos están en la memoria de los argentinos los días negros de la dictadura militar instaurada en 1976, con su saldo de 30 000 muertos y las heridas aún abiertas por las desapariciones, torturas y el clima de terror implantado entonces.

La Nación cita incluso al embajador norteamericano, James Walsh, y a un agente de la CIA destacado en Buenos Aires, quienes comentaron tal posibilidad a un importante empresario nacional.

Hasta al propio Congreso ha llegado el asunto. Elisa Carrió, líder del partido Alternativa por una República de Iguales (ARI),  presentó un proyecto a la Cámara de Diputados para reformar la Ley de Defensa de la Democracia. El texto persigue extender las sanciones establecidas ahora para un golpe de Estado tradicional a un posible gobierno autoritario, variable de la dictadura militar.

La diputada cree que miembros de las fuerzas armadas podrían intervenir para imponer la paz de los fusiles e incluso expresó sus sospechas de que el ex presidente Carlos Menem estaría "detrás de un posible intento golpista".

El propio diario cita al senador por la opositora Unión Cívica Radical, el ex presidente Raúl Alfonsín, quien advirtió del riesgo de que algún sector decida clausurar el Congreso e imponer un gobierno dictatorial. Y aunque Alfonsín dijo al matutino: "Yo no creo que las fuerzas armadas tengan la voluntad de tomar el poder", La Nación aseguró que los militares tienen preparados planes de contingencia ante un eventual estallido social.

No sería descabellado pensar que los uniformados regresen a la escena de la mano de sectores de la clase política con la cual pactaron la transición a la llamada democracia, ahora en franca descomposición.

El desprestigio de los políticos es tal que funcionarios gubernamentales y los parlamentarios prácticamente no pueden andar por las calles, por temor a la ira popular. Cosecharon así la siembra neoliberal del menemismo, y el continuismo de De la Rúa, que sembró de marginados, pobres y desempleados los barrios obreros y descapitalizó al país.

El estallido social del 20 de diciembre podría repetirse en cualquier momento, mientras el Presidente argentino sigue apostando a agarrarse de las comprometedoras arcas del Fondo Monetario Internacional, que parece observar desde la orilla cómo el barco que comanda Duhalde se hunde.

Resulta bien interesante observar la actitud de Estados Unidos, que ha dejado colgado de la brocha a Argentina a pesar de que los últimos gobiernos de la nación sudamericana fueron fieles seguidores de la política exterior de Washington.

Algunos analistas especulan que la Casa Blanca, a tenor de la visión geopolítica con que mira al mundo, estaría jugando a atizar la crisis de la nación austral en provecho propio. Las tesis no descartan hasta una intervención militar directa, mientras que en el plano económico se habla de que la debacle económica serviría para ahuyentar a intereses europeos, sustituibles por el capital norteamericano.

Duhalde ha dicho que sí a todas las exigencias del FMI, léase Washington. Pero la ayuda no llega y el movimiento de protestas ha ido ganando en organización y radicalización, con demandas que van desde el no pago de la deuda externa y la nacionalización de la banca, hasta las críticas a la sumisión a la Casa Blanca y exigencias de participación ciudadana en las decisiones nacionales.

Los cacerolazos de la pequeña y mediana burguesía, también afectadas por las políticas entreguistas gubernamentales, se dejan oír junto a las consignas y reclamos del ejército de desempleados organizados en los piquetes que cierran rutas y levantan barricadas.

Luis D'Elía, líder piquetero dijo a La Nación que Duhalde pudiera provocar situaciones de desorden social para justificar la implantación de un régimen de excepción. La variante de un mandatario de cuello y corbata encabezando un gobierno dictatorial no resulta nada nuevo en América Latina, como tampoco lo sería el beneplácito que desde la Casa Blanca se le dispensó a experiencias similares en el pasado reciente.

Si bien la alternativa del cambio no parece estar a la vuelta de la esquina, nuevos actores surgen de las protestas, muchas veces espontáneas, pero en las que se forjan formas de organización política, como las asambleas de barrios y los propios piquetes.

Los sueños mesiánicos de Carlos Menem de transportar a la Argentina al Primer Mundo por la ruta del neoliberalismo privatizador y entreguista, llevaron al país al barranco. Por ese camino trillado se fue cargando la pólvora social y la conciencia popular que, aunque carentes del liderazgo encausador, cargan consigo los aires de revuelta.

Entre los posibles rumbos expuestos por el periódico de Buenos Aires se menciona la probabilidad de que grupos de poder provoquen asaltos a supermercados, bancos y otros hechos violentos, con el fin de sacar a los militares de los cuarteles e imponer un régimen de fuerza.

A fin de cuentas, en esta época en que Estados Unidos esgrime el pretexto de la lucha contra el terrorismo para imponer su propia política de terror al mundo, la salida "autoritaria" a la crisis argentina no es descartable, por muy sangrienta y represiva que sea.

20/06/2002

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