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Amaury en su salsa PEDRO DE LA HOZ Amaury Pérez no es un advenedizo en el mundo de la salsa, como tampoco el tabaco que prende en la portada de su disco más reciente, Algo en común, le es extraño. A los habanos, que degusta cuando se halla en una tertulia de amigos o en las intensas jornadas de creación, llegó en medio del duelo por la muerte de su padre. Varios salseros, y no solo cubanos, le han dado carta de crédito en sus grabaciones. De manera que sea algo natural escuchar desde hace semanas en la radio los temas de un disco que se inscribe en el entorno de la evolución contemporánea del complejo del son y que las volutas de un puro le den un toque especial a la entrega. No voy a negar que estos rumbos de Amaury levantan ciertos aires polémicos, que van desde el riesgo que supone determinada ortodoxia en las orquestaciones hasta la reubicación de Amaury —identificado como trovador primero y cantautor después, para mí, en su caso, la misma cosa— en un terreno al que pudiera parecerle vedado el acceso. Lo cierto es, como me comentó un prestigioso musicólogo, que el cantautor nos plantea una opción diferente, en el que las confluencias son mayores que las disidencias. Deben contarse entonces las posibilidades de una propuesta en la que los temas salseados no dejan de ser canciones, o sea, que se dejan escuchar como tales, con independencia de su tratamiento rítmico e instrumental. Y no hablo de canciones como las que una zona de la salsa explota —la llamada romántica o erótica—, simples transposiciones de baladas del más rancio linaje comercial llevadas a un increíble nivel de trivialidad rítmica; sino de textos inteligentes, propositivos, agudos y realmente sentidos. Llama la atención también que Amaury no haya querido pasar por salsero en estos temas. Es simple y llanamente un trovador que inserta su producción en una de las corrientes principales del desarrollo de la música popular cubana de nuestros días, o si se quiere de pedir en préstamo a la música bailable de hoy sus naturaleza y empaque. Ese es el sentido que le doy al resultado artístico (lo que escuchamos) tanto en su voz como en las orquestaciones de Joaquín Betanocurt y José Manuel Ceruto. Así lo han entendido quienes han situado al menos un par de temas en las listas de preferencias de las radioemisoras nacionales. Aunque, para mi gusto, la rumba dedicada al viejo Amaury, al final del disco, sea lo que más hondo llegue por su carácter elegíaco y la compañía que le hacen al trovador Los Papines. |
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