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![]() Declaración política del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba
Mi renuencia a presentar las pruebas de lo ocurrido en Monterrey, que me obligó a retirarme el mismo día de mi discurso en la Cumbre, se debía a que el señor Castañeda había arrastrado en su descocada aventura al presidente Vicente Fox. No podía revelarlas sin implicar al propio Jefe de Estado mexicano.
El canciller mexicano Jorge Castañeda se ofrece para latinoamericanizar la nueva y artera maniobra. Una proposición cínica, amañada y engañosa debía ser promovida por delegaciones latinoamericanas en la Comisión de Derechos Humanos. A eso se consagró el resto del año 2001, dando lugar a reiterados incidentes con Cuba, que fueron objeto de numerosas críticas por parte de personalidades políticas y miembros de la Cámara de Diputados y el Senado de México. Ya desde el 20 de abril del 2001, un día después de la votación de la resolución contra Cuba en la que México se abstuvo, el compañero Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país, declaró que el canciller de México, Jorge Castañeda, había hecho todo lo posible para tratar de que México cambiara su posición y Cuba fuese condenada. A lo largo de todo ese año, el señor Castañeda se dedicó a intrigar y conspirar en esa dirección. A principios del presente año, por iniciativa de México se fragua el viaje a Cuba de una delegación de alto nivel, presidida por Fox, con el pretexto de mejorar las relaciones entre nuestros dos países. La Conferencia de Monterrey se acercaba. Bush, como ya había hecho Reagan en 1981, a raíz de una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno Norte-Sur que tendría lugar en México en el mes de octubre de ese mismo año, amenaza con no asistir si Cuba participaba. El honor y los deberes del gobierno de México entraban de nuevo en contradicción con sus intereses. Entiéndase bien, del gobierno de México; no hablo, ni mucho menos, del hermano pueblo de México. El viaje de Fox y Castañeda a Cuba, adonde llegaron el 3 de febrero a las 10:30 a.m. estuvo minuciosamente diseñado. En todo había doblez y cálculo. Conocíamos perfectamente que uno de los objetivos era solicitarnos que renunciáramos a nuestra participación. No se atrevieron. Bastó la primera hora de reunión, iniciada a las 11:14 a.m. Los primeros minutos fueron casi suficientes. Me adelanté a recordarles la invitación transmitida a nuestro país por las Naciones Unidas para participar en esa Cumbre. Después analicé a fondo toda la hipocresía y perfidia de las maniobras contra Cuba en Ginebra. El intercambio con Fox y otros miembros de la delegación esa mañana se tornó serio y productivo sobre variados temas. Castañeda se revolvía nervioso e inquieto —no vayan a creer que tengo nada contra él. Almuerzo ligero con Fox y su delegación, al concluir la primera reunión. Ofrenda floral a Martí. Un amplio recorrido programado, en el que lo acompañé todo el tiempo. Conversamos durante los trayectos con bastante seriedad y familiaridad sobre varios temas. Visitamos La Habana Vieja; una planta generadora de electricidad al este de la capital, que funciona con gas acompañante del petróleo mediante la tecnología del ciclo combinado; a sugerencia mía, un encuentro en la casa del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, al que Fox acababa de condecorar, para visitar a su señora madre, que se encontraba convaleciente. Finalmente, el recorrido concluyó en el Centro Internacional de Restauración Neurológica donde numerosos mexicanos reciben exitosos tratamientos. Por otro lado, a las cuatro de esa tarde tenía lugar una reunión de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores y el señor Castañeda. Éste no se atrevió siquiera a discutir con Felipe la historia del proyecto contra Cuba en Ginebra. No menciona la Cumbre de Monterrey, y le promete que México no auspiciará, promoverá o apoyará moción alguna contra Cuba en Ginebra. A las ocho de la noche recepción oficial en el Palacio de la Revolución; 8 y 53, reunión privada con el Presidente Fox en mi despacho. Cuando abordamos el tema de Ginebra, después de varias disquisiciones, me aseguró textualmente que México nunca haría algo que afectara a Cuba, pues eran muchos los años de relaciones que no querían afectar de ninguna manera. Más tarde, la cena prevista, que tiene lugar en un ambiente amistoso. La visita nos deja una impresión positiva. Fueron muchas las horas de intercambio respetuoso y aparentemente sincero. Poco tiempo duró, sin embargo, la agradable impresión. A Castañeda le dio por hacer declaraciones enigmáticas y extrañas: "Dejaron de existir las relaciones de México con la Revolución cubana y han comenzado con la República de Cuba..." , "la postura mexicana de hoy no es la postura del pasado", etcétera. Viaja a Miami poco después para inaugurar el 26 de febrero un instituto cultural de México. Allí son invitados una curiosa fauna de terroristas y contrarrevolucionarios de origen cubano que nada han tenido que ver jamás con la cultura. Aborda de nuevo las elucubraciones teóricas sobre las relaciones de México con la Revolución o con la República, y les dirige palabras edulcoradas a sus "selectos" oyentes. Declara: "Las puertas de la Embajada de México en La Habana están abiertas a todos los ciudadanos cubanos, del mismo modo que lo está México". Redactores de la subversiva y mal llamada Radio Martí manipulan sus palabras, y durante todo el día siguiente repiten que las relaciones entre México y Cuba se han roto y las puertas de la Embajada de ese país en La Habana están abiertas para todos. Un grave incidente tiene lugar ese mismo día en horas de la noche, resuelto sólo por la cooperación seria y eficaz de Cuba la madrugada del 1º de marzo, solicitada por el gobierno mexicano, sin el menor rasguño para los asaltantes de la sede. Ruedan infundios y groseras calumnias. Hasta se afirma que todo se debió a una provocación de Cuba. Comenzaba marzo. La Cumbre de Monterrey estaba muy cerca. Como suele ocurrir, nunca anuncio la decisión de asistir o no a tales eventos. Son obvias las razones. Y cuando lo decido, sólo a última hora lo comunico a quien corresponda. Hay quienes llegan a estos eventos incluso sin haberlo informado previamente, y jamás han tenido dificultad alguna con los anfitriones. En esta ocasión, tomada la decisión aproximadamente tres días antes, anuncié mi llegada con 24 horas de anticipación, el 19 de marzo. Tenía dos razones: ni Bush quería mi presencia ni el propio Fox. Tampoco deseaba enfrascarme en una larga discusión con Fox y Castañeda, tratando de persuadirme e implorándome que no fuera. Cuando el presidente Reagan amenazó con boicotear la reunión en 1981, me vi obligado a complacer al presidente José López Portillo. Pero éste, en medio de su vergüenza y su pena, se comportó como un caballero. Fue elegante, me invitó a Cozumel, y con toda franqueza me explicó su tragedia. Accedí. Esta vez habían cambiado los hombres y los tiempos. La situación internacional es hoy extraordinariamente grave y compleja. Se abordaba en esa conferencia un tema de vital importancia para todos los países del mundo pobre y explotado. Era mi derecho asistir y decidí asistir. Sabía bien que tan pronto comunicara la noticia de mi participación, el Presidente de Estados Unidos no tardaría un minuto en conocerlo, con las inevitables presiones sobre México. No deseaba darles demasiado tiempo para ello. Redacté una carta breve y cursé instrucciones a nuestro Embajador de entregarla a la Presidencia de México a las 7:00 p.m. hora de Cuba, 6:00 de la tarde hora de México. Aunque Monterrey estaba saturada de delegados, nuestra delegación había alquilado con tiempo 20 de las 40 habitaciones de un pequeño hotel recién inaugurado. Debido a la incertidumbre sobre el viaje, no habían sido alquiladas todas. Deseábamos, además, desinformar a los sempiternos y omnipresentes terroristas, entrenados, consentidos y amparados por Estados Unidos. A última hora me bastaba con la mitad de aquel hotelito. El contenido de mi carta, ya publicada por el señor Castañeda para manipular una frase que le serviría para elaborar un argumento con el que intentaría explicar mi rápido regreso, decía textualmente: "La Habana, 19 de marzo del 2002 "Estimado Presidente: "He vuelto a leer con atención su amable carta de 28 de enero del presente año, en la que me invita a participar en la Conferencia Internacional sobre Financiamiento para el Desarrollo, de las Naciones Unidas, que se celebrará en Monterrey. Ya antes, el 21 de diciembre del 2001, había recibido la invitación de los embajadores Shamshad Ahmad y Ruth Jacoby, co-Presidentes del Comité Preparatorio de las Naciones Unidas. "La enorme cantidad de trabajo que he tenido en las últimas semanas no me permitía tener la seguridad de participar en dicha Conferencia, lo cual realmente me apenaba mucho con México, sede de ese importante evento, y con las Naciones Unidas, que tanto interés ha puesto en el mismo. "Es por ello que he tomado la decisión de realizar un esfuerzo extra y participar en esa reunión, aunque sea por el mínimo de tiempo posible, lo que tengo la satisfacción de comunicarle, en primer lugar, a Usted. "Espero poder contribuir con espíritu constructivo al éxito de esta Conferencia, a la que México ha dedicado grandes esfuerzos. "Al desearle éxitos, estimado Presidente Fox, le reitero el testimonio de mi amistad y consideración personal. "Fidel Castro Ruz." Anunciar que mi estancia sería breve, significaba claramente que me limitaría sólo a los dos días de conferencia —esa era, realmente, mi intención—, y no incluiría ningún otro programa adicional en México. A nuestro Embajador, cuando entregó la carta al Secretario personal del Presidente, le informaron que Fox saldría casi de inmediato para Monterrey. Cumplida esa tarea, nuestro representante se dirigió a las oficinas del Secretario de Gobernación, a quien comunicó la noticia para realizar las coordinaciones pertinentes. Nuestro arribo a Monterrey iba a producirse 24 horas después. Alrededor de las once de la noche, hora de Cuba, se recibe en mi oficina una llamada de México, comunicando que el presidente Fox quería hablar conmigo lo más urgentemente posible. Como no me encontraba en mi despacho, se les ruega repetir la llamada un poco más tarde. A las 11:28 entra de nuevo llamada de México. En ese instante estaba reunido con varios compañeros en una pequeña sala no lejana a mi despacho. La llamada a esa hora me dio mala espina. ¡Qué raro, si el Presidente se acuesta temprano! El tono era de urgencia. Ya no tuve dudas. Me levanté de la mesa, fui para mi despacho, y pedí que me comunicaran con el Presidente Fox. Se produce entonces un insólito diálogo, que transcribo tal como quedó registrado.
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