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05/04/2002
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Boxeo

El último sparring del Charolito Espirituano

JUAN ANTONIO BORREGO

SANCTI SPÍRITUS.— La última vez que lo vi fue en la farmacia de Sobral y San Arcadio. Charolito, como siempre, lucía juventud a pesar de sus años y mostraba a simple vista sus atributos de rutina: la estatura de un gigante encorvado pero musculoso, la sonrisa espléndida de todos los días, su inconfundible gorra bolchevique y la jaba de los mandados.

Al saludarnos, acarició con su mano la cabeza de mi hija y sentí tanta ternura que ahora me cuesta trabajo imaginar, detrás de aquel gesto, al boxeador de 78 nocauts en 126 peleas oficiales, al pegador de 21 KO consecutivos en el primer asalto, a los puños más temidos de todos los tiempos en Sancti Spíritus.

Orlando Cepeda fue su nombre hasta tanto los periódicos del mundo lo inmortalizaron como Charolito Espirituano. Campeón en Cuba, cruzó guantes también en el Garden neoyorquino y una vez, sin saberlo, hasta estuvo a punto de hacer sparring con Rocky Marciano.

"Yo era pelotero —ha contado varias veces—, pero un día en el año 46 había un baile en el Liceo y no tenía un kilo partío por la mitad. Alguien me dijo que en Caibarién daban 15 pesos al que se fajara con Kid Suárez. ¡Y quince pesos eran una fortuna! Perdí, pero lo tumbé tres veces, después me embullé y seguí en el boxeo."

Once años en el ring con solo 22 derrotas y dos tablas es parte del curriculum del hombre a quien Sancti Spíritus despidió la víspera, víctima de un cáncer fulminante, que vino a resultar más agresivo que todos sus adversarios juntos.

Él mismo confesó una vez que los encantos del barrio de Jesús María, las congas de la villa, las fiestas de la Colonia Española y las mulatas del pueblo fueron sus principales rivales, porque "yo no sé cuál sería el secreto, pero la gente se caía desde que yo les daba con cualquiera de las dos manos, y eso que apenas entrenaba".

Las injusticias de la carnicería profesional lo llevan a abandonar el ring y a refugiarse como zapatero en La Habana a finales de la década del 50, pero la nostalgia lo devuelve a Sancti Spíritus, donde trabaja hasta su jubilación en la fábrica de calzados Ismael Saure Conde.

El Yayabo lo marcó para siempre y no sintió gloria más grande que los aplausos de la calle Cadena, los amigos del barrio y su propia familia. "Aquí todos me saludan como si yo fuera un héroe", me comentó aquel día.

Y ahora que partió hacia su último sparring me lo imagino en Panamá recogiendo las maletas en medio de una competencia porque, parado en un balcón triste, recordó que la noche siguiente comenzaban los carnavales en Sancti Spíritus; y "Caballeros, me voy —les dijo—, que Jesús María debe estar que arde".

05/04/2002

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