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![]() Crónica de un espectador Nueces para el amor ROLANDO PÉREZ BETANCOURT Algunos han querido ver en Nueces para el amor, de Alberto Lecchi, una suerte de versión "a la argentina" de aquel sonado éxito de 1973 que fue Nuestros años felices, de Sydney Pollack, con la pareja amorosa (de amor imposible) integrada por Barbra Streisand y Robert Redford. Algo de eso hay: De nuevo ella una militante de la lucha progresista y él un ser más inmaduro, el transcurrir de una larga época signada mediante los encuentros y desencuentros de ambos, dos personajes que saben no pueden amarse y sin embargo, lo hacen durante toda una vida. ¡Qué lindo!, verdad. Pues bien, eso mismo es Nueces para el amor, una película linda que obtuvo un segundo premio en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, de donde la española Ariadna Gil, hablando su personaje como una argentina, se alzó con el galardón, muy merecido, a la mejor actriz. Por supuesto que la categoría nada académica de "película linda" le suele empinar las orejas a los estetas más exigentes: "Una película de amor linda, y además taquillera, como es el caso —dirían ellos no con poca razón— es casi siempre una película estereotipada, llena de lugares comunes y de afectados diálogos". Y no crean, que también algo de eso hay en Nueces... Pero tales ingredientes se diluyen en el argumento tejido por ese mejor escritor que cineasta que es Lecchi, y cuando buena parte de los espectadores se detienen a reparar en ellos, resulta que han sucumbido mansamente ante la garra de esta historia de amor. Un caso más en que la emoción le gana la partida a las siempre discutibles razones estéticas. Lecchi no es ajeno a que transita una vía de pasos marcados y a ratos pone en boca de su protagonista femenina el reproche de que el joven que la enamora es demasiado cursi, cuando le declara sus intenciones. Quiere y acepta el director el reto de otra historia de amor ¿más de lo mismo?, pero la saca adelante con sensibilidad y no poca maña. Una destreza que sin embargo no cristaliza a cabalidad cuando adopta el estilo documental para narrar esos 25 años por los que hace fluir las vidas de sus protagonistas, desde Isabel Perón hasta Menem, pasando por los años de sangrientas dictaduras militares. Pero aquí habría que pensar no tanto en la capacidad imaginativa para representar y asociar esos hitos históricos a las vidas de nuestra pareja, Alicia y Marcelo, como a los recursos económico limitados con que contó para recrear decorados y reconstrucciones que funcionaran mejor dentro de la dinámica del discurso artístico. Aclarado el concepto de que a veces la vida es la que impone el estereotipo, habría que llegar a la conclusión de que asumirlo artísticamente es el mayor de los encaramientos. De él puede surgir lo mismo un bodrio que una gran obra. También una linda película. |
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