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27/03/2002
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Chucho Valdés

Entre Rubinstein y una habanera

PEDRO DE LA HOZ

La estampa de niño adulto feliz que Chucho Valdés exhibe esta mañana diáfana de marzo se justifica con el logro de dos sueños recién cumplidos: la arrasadora conquista de los auditorios españoles con su propuesta de jazz acústico, en pequeño formato de lujo, y la grabación de un disco en solitario en el que por primera vez aborda temas clásicos.

—España era una especie de asignatura pendiente en mi carrera —apunta el maestro—, si se tiene en cuenta que allí era conocida mi labor con Irakere, pero no con el cuarteto. Allí existe un público muy sensible al jazz latino, una crítica muy exigente y una cercanía espiritual que se hizo elocuente en todos los conciertos.

Una muestra de la profunda huella dejada por Chucho en la vida musical española se tiene en las páginas de ABC, al reseñar lo acontecido en la madrileña sala La Riviera: "Apenas había empezado con La comparsa, de Ernesto Lecuona, cuando un espectador sugirió la posibilidad de que hubieran dos pianos sobre el escenario, o de que se estuviera interpretando uno a cuatro manos. Tal es la clase y el arte de este músico, poseedor de una extraordinaria técnica y que sabe en todo momento administrar los muchos recursos de que dispone, incluido el de la improvisación, a la que dota de imaginación".

Otra muestra nos la ofrece Tito Márquez, el promotor que organizó la gira: "En los aeropuertos, en los restorantes, en los hoteles, en la calle, la gente se disputaba el saludo de Chucho. Y cuando no podían darle la mano, decían: ahí va el pianista cubano, ese sí es grande entre los grandes".

¿Habrá influido el conocimiento del filme Calle 54, de Fernando Trueba, en esta extraordinaria acogida?

—Claro que sí, pero pienso que hay mucho más. Muchas personas están identificando otras zonas de la cubanía en la música instrumental y en el jazz que no solo tienen que ver con los innegables aportes de nuestros músicos tradicionales.

¿Qué momentos calificarían como puntos culminantes en la gira?

—Tendría que comenzar por nuestra presencia en La Laguna, en Canarias, pues el público, desbordado, sabía muy bien qué esperaba de nosotros. En La Coruña me emocionó muchísimo hacer que el jazz cubano reinara donde habitualmente se presentan conciertos sinfónicos y funciones de ópera y ballet. Lo de Madrid fue tremendo, porque el lugar no era ideal para un concierto de jazz, estaba alejado del centro cultural de la ciudad y el clima era desastroso. Y con todo, se rellenó. Luego lo de Villalva no pudo ser mejor: allí me volví a encontrar sobre el escenario con mi padre, Bebo. El viejo suena como nunca.

¿Cómo juzgas, más allá del parentesco, la integración de Mayra Caridad a tus conciertos?

—Cachita ha madurado como intérprete. Su forma de llevar los boleros al estilo jazzístico impresiona, y siempre es muy aplaudida en Danza de los ñáñigos. Este es un buen momento para renovar su repertorio con el cuarteto.

¿Aprovechaste la gira para adelantar nuevos trabajos?

—Debo grabar un nuevo disco con el cuarteto este año, en el que incluiré el Concierto de tres güiros, que es mi homenaje al chekeré, y una obra nueva que le he dedicado a la memoria de Duke Ellington. España fue ocasión para probar esos temas ante el público.

Allá diste a conocer acerca de tu grabación de un disco para piano solo. ¿Pudieras revelar detalles de ese acontecimiento?

—Es una historia hermosa y a la vez complicada. Hace algún tiempo contactó conmigo Max Wilcox, del sello Ángel. Quería que yo hiciera, como lo logró con Art Tatum, un disco con piezas clásicas y románticas. O sea, su idea era que un pianista del jazz invadiera ese otro reino. Yo no estaba muy convencido, porque no me gusta bailar en casa del trompo. Pero al final, Wilcox estuvo de acuerdo en que grabara mis danzas para piano. Viajé a Estados Unidos en febrero y resulta que el piano donde grabaría había sido ejecutado por Arthur Rubinstein en varios registros. Esto, de por sí, impresiona.

—Luego —prosigue Chucho— me dije: ¿Por qué negarme a los clásicos, si los puedo hacer a mi manera? Y me embullé. Incluí piezas mías, como Amanecer, Campesina, un tema reciente al que le tengo mucha fe, y Jessie y Leyanis, un regalo para mis hijos más pequeños, y junto a Lecuona, que es nuestro clásico, abordé el Preludio en Mi menor y el Vals en La menor, de Chopin; Pavana para un infante difunto, de Ravel; y Reverie, de Debussy, con lo que está en esas partituras y el toque jazzístico. No sé qué va a suceder con el disco, pero todavía estoy como en un sueño.

—¿Por qué no revelas de una vez otra sorpresa relacionada con el mundo de las grabaciones?

—Bueno, allá va eso —ríe el maestro—: por el mundo se ha filtrado que desde hace tiempo estoy cocinando una ópera y de alguna manera esa extraordinaria mezzosoprano norteamericana, Denyce Graves, se enteró y se enamoró de una romanza y de una habanera. Y no solo eso: me invitó a acompañarla en la grabación. ¿Qué te parece?

27/03/2002

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