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25/03/2002
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A los 90, Jay se mira en sus ojos

Texto y foto: ANDRÉS D. ABREU

"Espejo en tus ojos, porque cuando uno mira un objeto, quien está enfrente puede ver el objeto en tus ojos como en un espejo. Al mirar el bosque, a mí se me reflejó y así lo pinté. A partir de ahí contemplé lo hecho y pensé que andando por el bosque si a algo debe temérsele es al majá que por instinto ataca. Pinté entonces un majá y una mano con un machete. Después seguí pensando y recordé las leyendas que relacionan a la serpiente y la mujer. Agrandé el majá, le quité la mano del hombre con el machete y puse una mano de mujer con una espada, un arma que le es más propia por su delicadeza. Y eso es lo que está allí, dentro del ojo".

Esas son la historias que cuenta Ruperto Jay Matamoros y como ha vivido tantas, no puede parar de contarlas. Hoy ya suman 90 años de vida, casi todos ellos pintando, el único oficio que no aprendió de nadie y que nunca abandonó.

"Fui chofer, empleado doméstico, almacenero, fundidor, carpintero, estudié platería y trabajé en el Ministerio de Justicia. Yo digo que el bienestar del hombre está en el instinto productivo y en trabajar para la posteridad. Por eso nunca dejé de pintar, sin embargo, no fui a la academia porque no es libre, la academia obliga. A mí me gusta ser libre como los estudios que hice con Abela."

¿Y Abela nunca le reprochó algo en su obra?

"La única pregunta que yo recuerdo de Abela fue sobre el porqué de las lomas en diferentes colores. Eso se debe a que en el campo, de acuerdo a la hora del día, las más distantes se ven oscuras. Si es en pleno mediodía, se ven más claras, incluso azulosas. Pero Abela se sentía orgulloso de mi obra porque reflejaba sus ideas contra la academia. Portocarrero también me dijo algo: Jay siga pintando así que su pintura gusta y es buena, no trate de cambiarla."

Y así ha sido: 77 años después de que abandonó La Mariana —finca de San Luis, Santiago de Cuba, donde su padre descubría su rastro en el monte por las yaguas que encontraba pintadas con la resina roja del horno carbón, el jugo amarillo del madrás y el azul de pequeñas frutas—, Jay sigue con ríos, bohíos y flamboyanes reflejados en el claro color de sus ojos.

"Cuba es un espejo de paisajes y sin embargo somos pocos los paisajistas rurales. Yo exhorto a intensificar ese paisaje bien cubano, a mostrarlo al mundo."

¿Pero a usted ya se le coló la ciudad por alguna ventana?

"Solo el Malecón habanero que como lo conozco tanto, a tal punto que puedo reconocer sus pedazos a tientas, no necesito ir hasta allí para siempre pintar una parte diferente de él. El último fragmento de esa serie fue un sitio que tomé más allá del parque Maceo, con gente que se bajaba de un auto rojo para sentarse a descansar."

Y después de esos trozos del Malecón, ¿qué otros detalles colecciona?

"En esa espiga de arroz que vez en aquel cuadro, tengo en cada grano un detalle de una obra mía, es una colección en miniatura. Después de la exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, los ojos han tenido mucho éxito y los sigo trabajando en una serie."

¿Qué historias le quedan por esclarecer en ellos?

"Se me atiborran, porque son muchas. Empezaría por una vez que nos fuimos varios hermanos con mi mamá a un lugar lejano de la casa, y mi padre desesperado para que volviéramos, nos fue a buscar; al único que se llevó fue a mí. Yo era el hijo privilegiado entre doce hermanos y sin embargo fui el primero que salió del campo a la ciudad. También tendré que pintar otras que vayan saliendo, pero no todas se podrán contar, ni se podrán ver, algunas quedarán en el silencio."

Junto a las nostalgias del nonagenario Jay Matamoros también está la felicidad del Premio Nacional de Artes Plásticas, del Diploma al Mérito Artístico otorgado por el ISA y el haber conseguido tras largos años de lucha que se le reconozca como un pintor del instinto. Y ahora, Jay, ¿existe algo más que pedirle a la vida?

"Que el bien siempre pese más que el mal y lo que la naturaleza me permita hacer. Lo mismo puede ser cocinar, que algo de carpintería, que reparar cualquier cosa en la casa. Pero mientras me deje manejar un pincel, seguiré pintando" ... "como ese árbol viejo que cuando le cae un buen aguacero sigue produciendo frutos."

25/03/2002

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