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25/03/2002
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Café Irlandés

ROGELIO RIVERÓN

Confieso que me gustan las novelas cuyos personajes están irremediablemente conectados, que, por muy lejos que anden sus destinos, terminan confluyendo al menos una vez en un acto simbólico. Ese tipo de libros tiene la virtud de acercarnos a la idea romántica de que la fatalidad tiene más autoridad sobre nosotros de lo que pensamos habitualmente, y esa es una idea hermosa para los artistas.

Por eso y no solo por eso he leído con agrado Irish Coffee, la novela de Alejandro Álvarez que publicara recientemente la editorial Letras Cubanas. Se trata de un libro inteligente, aunque no sea la inteligencia una categoría de la estética. Pero el modo en que se entrecruzan sus asuntos nos deja acomodarnos en la lectura con un placer reflexivo, como predispuestos para adivinar lo que viene, sin dejar de sorprendernos. Tres individuos que, quiéranlo o no, han salido a la vida como a una cruzada, tendrán tiempo para la angustia, la calma amenazante y, quizás, un poco de esperanza. Los lectores tendremos tiempo para aquilatar las breves sagas de Alejandro Álvarez, un novelista que saca de lo amargo y como por instinto agudos apuntes sobre el juego de la existencia.

Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, dejó escrito que el único tema de la literatura es el Hombre. Lo demás serían puestas en escena de su paso por el Universo, variaciones de ese transcurrir, ampliaciones en close-up de sus tropiezos, pues el arte, debido a una misteriosa inercia ética, se vale más de la bruma que del brillo, del dolor que de la fiesta. Irish Coffee no se atasca, ni mucho menos, en una enumeración sin garbo de pesar y seriedad. Es más bien una sinfonía, un despliegue equilibrado de historia, símbolo y humor, rociado con tintes de la cultura pop, imbuido de cierta nostalgia por los pasados contactos con la cultura eslava, que fluye y refluye desde y hacia la cultura cubana.

Ya en Cañón de retrocarga, libro con el que ganó el premio David hace más de una década, Alejandro Álvarez se presentaba como un novelista en busca del riesgo. No me refiero al simple hecho de escoger un tema, pues esa puede ser una pose de oportunismo. Aludo en realidad a la inclinación por desentrañar difíciles ecuaciones estéticas, dadas por la complicación de las situaciones y de los caracteres. Menos parabólica quizás, su nueva novela, Irish Coffee, insiste en alumbrar el destino de Cuba con una luz, no sospechosamente blanca, sino de todos los colores. Divertida, triste, sorprendente, son calificativos que se le acercan, pero no la engloban. Ha sido hecha para no dejarse encerrar en términos totalitarios. Es, como debiera serlo siempre, lenguaje, aventura, puertas que siguen abriéndose.

25/03/2002

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