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19/03/2002
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Abrecartas

A cargo de GUILLERMO CABRERA ÁLVAREZ

Pertenezco al sindicato de jubilados Flores de la vida, en el reparto Mulgoba del municipio de Boyeros. Allí convocaron para escribir sobre el aniversario 40 de la alfabetización. Me motivé y redacté un testimonio.

Mi trabajo, junto al de otra compañera de Santiago de las Vegas, jubilada de Educación, fue estimulado con un Diploma y una reservación para el restaurante La Carreta, para cuatro personas, el día 7 de diciembre de 2001, a las ocho de la noche.

Luego de múltiples trabajos en el M-2, desde Santiago de las Vegas, llegamos felices, a las 7:45 p.m. Nos atendió el capitán que, luego de dar varias vueltas a la tarjeta, y sin un mínimo de sentirse satisfecho, dijo: No hay comida, vayan para el restaurante Rancho Luna, y digan que yo los mandé.

Cansados, partimos y le explicamos la situación al otro capitán, quien respondió que nos iba a atender, pero no podíamos consumir pollo, ya que ese producto era para los clientes de la casa.

Por la carta nos enteramos que todos los productos tenían altos precios. Podrá imaginarse, yo jubilada, fue un golpe de gracia, pero accedimos porque a esa hora qué remedio. Regresamos desfallecidos. Además, el restaurante estaba vacío.

¿Por qué tanto maltrato? ¿Merece una abuela, luego de 38 años de trabajo, ser "estimulada" así? A la otra compañera "ganadora" le pasó lo mismo, con la diferencia de que ella, disgustada, optó por retirarse.

Estas cosas no deben suceder, y mucho menos, quedar impunes. (Berta Migdalia González, Mulgoba, Ciudad de La Habana)

Si le soy sincero, el mal está en su origen. Usted participó en un concurso sobre el cuadragésimo aniversario de la Campaña de Alfabetización, y ganó. Si el estímulo hubiese sido tan solo el Diploma de reconocimiento, estoy seguro que estaría supercontenta.

Los compañeros, generosamente, agregaron una reservación para un restaurante, pero esa tarjeta no los hacía ni a usted ni a su familia, personas "diferentes, especiales", a las cuales habría que atender con extremada gentileza.

¿Sabe qué sucede? A los lugares que usted menciona, se puede entrar por orden de llegada (generalmente están poco concurridos por sus altos precios), y no es necesario distinguirse por ninguna virtud ni mérito para sentarse allí.

Este redactor acude con regular frecuencia a Rancho Luna, porque le resulta cerca, es un sitio agradable y tranquilo, habitualmente con mesas libres y buenos cocineros, y le aseguro que no he ganado, recientemente, concursos.

Que se acabe la comida supuestamente "reservada" habla, en primer lugar, de falta de coordinación y seriedad entre las partes que acordaron dar este servicio. Y si en el otro lugar (con recomendación de capitán y todo) —no comprometido con usted— le escamotean el pollo "para clientes", es otro asunto para ser juzgado.

Mi pura y simple opinión: no es ningún premio darle "derecho" a estar en un lugar donde cualquier ciudadano puede sentarse y consumir sin tarjeta reservadas. O la invitan con todos los gastos pagos, o le hacen una rebaja sustantiva de todo lo que consuma, para sentir que se está por otras razones, no por puras artes de la gastronomía.

Debe meditarse bien acerca de estos estímulos, sobre todo cuando se trata de jubilados que ya han entregado a la sociedad una buena parte de su vida. No puede ser algo rutinario, automático; por el contrario, los dirigentes deben actuar —si de atención al trabajador se trata (y mucho más si es jubilado), con exquisito celo, y cada paso debe ser escrupulosamente deliberado, nada al azar.

Si alguien hubiese verificado todo previamente, su carta no estaría sobre mi mesa ni yo redactaría ahora estas palabras.

Escríbanos:
Sección Abrecartas
Periódico Granma
CP 10699. Habana 6

19/03/2002

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