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16/03/2002
Portada de hoy

Sandor y las ciudades del Hombre

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Foto: RAÚL LÓPEZEgresado primero y ahora profesor de la Academia de San Alejandro, Sándor González Vilar vuelve al ruedo con su tercera exposición personal, Transeúntes, en la pequeña, pero acogedora sala situada en el Museo de la Ciudad, en pleno corazón de La Habana Vieja. No deja de ser simbólico que mientras se aprecian estos dibujos y estampas que hablan de una ciudad hipotética, indeterminada geográficamente, pero tan real como suelen ser los sueños y las pesadillas de los artistas, afuera ebulla otro tipo de trama urbana, cuya realidad implacable también se halla habitada por sueños e interrogantes.

Quiero decir con esto que una aproximación temática a la reciente obra de Sándor, cuyo debut estuvo signado también por la preocupación urbanística (recuérdese su ópera prima hace dos años en la Maqueta de La Habana), nos puede parecer, a primera vista, descontextualizada. Con toda precisión, en el catálogo se nos dice: "Imágenes pétreas y vacías, turbias e iluminadas, macizas y etéreas. Ciudades imaginadas y sin embargo probables. Hombres sin rostro, mínimos, escurridizos, expectantes y anónimos, intuitivos y fantasmales. Paisajes monumentales en los que la megalomanía se refleja en el espejo del horror vacuii." Pero si ello se hace apreciable en la piel de la cartulina, también el espectador tiene la misión de hurgar entre sus referencias la cercanía intelectual y emocional con esas imágenes.

La respuesta la hallará en la medida en que comparta con el artista la conciencia sobre la fragilidad de los discursos de la modernidad, condición a la que ninguna persona sensible escapa. Las ciudades de Sándor son también, metafóricamente hablando, nuestras ciudades (y, en general, las de este mundo y en este tiempo): el duelo eterno entre la conquista del espacio y su negación, entre el dominio impersonal y global de las grandes masas de concreto con que se nos presenta uno de los símbolos del progreso y el poder del hombre sobre la naturaleza y la libertad del hombre para soñarse a sí mismo.

Sorprende que un artista tan joven como Sándor González Vilar defina su dibujo en términos especulativamente filosóficos con tanta madurez en la expresión y el oficio. Con frecuencia, los arrebatos juveniles en el arte suelen conducir hacia la desmesura o la indigestión intelectual. Tengamos presente cómo de la saludable apropiación de las tendencias conceptuales en los 80, pasamos a una saturación de la que todavía no nos hemos salvado del todo.

Aquí sucede todo lo contrario. La mano del artista estudia cada variación del gesto urbano, cada ángulo del paisaje y los contrapone mesuradamente, sin que por ello reste contundencia a sus propuestas. Tal vez tenga aún que desembarazarse de cierta tendencia a la ilustración narrativa y desprenderse de algún que otro relato que lo acerca demasiado al modo de hacer de Gustavo Acosta y Kcho, pero de lo que no caben dudas es acerca de la legitimidad y el espesor de un dibujante que ha saltado ya la etapa de la promesa para hacernos saber que tiene un mundo por decir.

16/03/2002

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