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05/02/2002
Portada de hoy

Maltrato hecho en casa

Romper mitos y silencios puede ser el primer paso en el camino común que nos aleje de la violencia doméstica y acerque la paz a la vida cotidiana

SARA MÁS

No siempre tiene que haber riñas tumultuarias, lesiones, golpizas o daños físicos. Expertos en la materia y la propia vida confirman que también se puede agredir y propinar daño a otra persona con palabras, gestos y hasta por omisión, con la desatención y el silencio.

Foto: AHMED VELÁZQUEZLo cierto es que, aun cuando no reparemos en ello con frecuencia, los actos violentos —en sus más diversas variantes— se instalan a diario en nuestra existencia, conviven en nuestras casas, se sientan a la mesa, acompañan nuestros pasos y terminan a veces por minar, como una pesadilla, el entendimiento y la armonía familiares.

En el mundo hace ya un tiempo se mira con alarma el asunto, ante el incremento del número de víctimas que lo padecen, sobre todo mujeres y niños. Reportes internacionales afirman, incluso, que en general la violencia mata a más mujeres en edad de procrear que los accidentes viales y la malaria juntos.

Y aun cuando el panorama cubano no suele ser así, tampoco estamos libres del mal. "El solo hecho de vivir en una sociedad como la nuestra nos sitúa en situación de ventaja", señala Celia Berges, especialista de la Federación de Mujeres Cubanas y coordinadora del Grupo de Trabajo para la Prevención y Atención de la Violencia Familiar, creado en septiembre de 1997.

Prácticas culturales como la mutilación genital, la selección prenatal del sexo en detrimento de las niñas o el infanticidio femenino, no existen entre las cubanas. Pero los avances y conquistas femeninas no han logrado desterrar de nuestro lado la violencia. Tampoco vivir en un país donde la igualdad de la mujer está reflejada en las leyes y constituye voluntad principal del Gobierno y las instituciones, nos libra de casos concretos.

"Detrás del fenómeno se mueve una fuerte cultura patriarcal que no se cambia por decreto", opina la especialista al referirse a ideas, estereotipos y conductas que de una generación a otra reproducen en la pareja las antiguas e injustas relaciones de poder y desigualdad entre hombres y mujeres, en las cuales ellos suelen asumir posiciones de superioridad y ellas de subordinación. Patrones que, además, contribuyen al aprendizaje y reproducción de la violencia en los hijos.

PUERTAS ADENTRO

Sus nombres no son reales. Sus relatos sí.

A Marta su esposo la ofende constantemente, la humilla, le grita. Nunca le ha pegado, pero ella teme que en cualquier momento lo haga. Llevan varios años de casados y sabe que él tiene otra mujer. Sus dos hijos le reprochan que no lo deje. "Al menos se han criado con el padre", admite Marta.

Laura se queja de tener que ceder en las relaciones sexuales con su esposo, porque no lo disfruta. "A él no le importa cómo me siento y no me deja tranquila. Ya ni sé qué hacer; me dice que no sirvo, no siento nada y me trata mal, pero no me deja. Cuando digo de irme a casa de mis padres, él me amenaza y dice que me va a hacer la vida imposible".

Ana dice que cuando niña le pegaron mucho y agradece a los padres ahora que es una mujer decente. Ella también le pega a sus hijos. Para ella eso no es violencia. "No deja marcas ni nada, solo me obedecen". En el mismo altar comulga Fernando: "No creo que pegarles a los hijos sea algo malo, algunas veces es lo único que sirve para controlarlos", dijo y reconoció que una vez tuvo que pegarle también a su esposa. Solo alegó que fue necesario.

GOLPES TRAS LA PUERTA

Historias semejantes las ha conocido Ana Beatriz Argota, coordinadora de la Casa de la Mujer y la Familia en La Habana Vieja. "La mujer cubana no actúa tan paciente y hace intentos por romper con ese tipo de actos y relaciones, aunque a veces le cuesta mucho trabajo ir en busca de ayuda y hay quien lo hace solo cuando ve en peligro su vida o la de sus hijos", opina Ana, quien ha seguido de cerca las vivencias de unas 200 mujeres mayores de 25 años de edad, en el barrio de Jesús María.

Aunque 69 de ellas se autodefinieron como maltratadas en la pareja, algunas prefirieron no hablar del tema, "porque sentían pena, temor a represalias o entendían no era asunto para ventilar en público", precisa Ana.

Mostraron, además, diversos niveles profesionales, vínculos social y laboral, pero poco sabían de las diversas manifestaciones del fenómeno, que en un número significativo de casos fue identificado solo con la agresión física. Más de la mitad de los conflictos y situaciones violentas, por otra parte, habían ocurrido en presencia de los hijos.

"Uno de los daños que se instalan en esas mujeres es la baja autoestima. Sienten que no cumplen con su rol de esposa y que merecen ese castigo", comenta Ana.

En muchas se evidenció, además, la expectativa de que el hombre va a cambiar su conducta y hasta se lo achacan solo al abuso del alcohol, que en verdad no es la causa, sino un catalizador que agrava el problema. Más del 50% de los agresores en los casos analizados estaban totalmente sobrios.

UN MAL POCO RECONOCIDO

Estudios exploratorios de diversas disciplinas confirman que en nuestro país se manifiestan diferentes tipos o actos de violencia, desde las presiones psicológicas y emocionales, el maltrato de palabra, la sobrecarga doméstica, dominación y chantaje económico; acoso, abuso e imposición sexual, hasta las agresiones físicas que pueden derivar en lesiones leves, graves o la muerte. Aunque al parecer predominan la psicológica y la que ocurre puertas adentro del hogar. Por otra parte, ellas suelen ser víctimas principalmente de sus compañeros de pareja y se desempeñan como agresoras en una proporción mucho menor, casi siempre como alternativa al maltrato que padecen.

La propia naturaleza del fenómeno complica su estudio y conocimiento, pues no son pocos los mitos que le acompañan, como el hecho de ser visto tradicionalmente como asunto íntimo, privado, de interés único de la pareja.

Así siguen siendo comunes los lapidarios comentarios que cierran la puerta a cualquier acción: "Ese es un problema de ellos" o "entre marido y mujer, nadie se debe meter".

"Es un fenómeno que para mucha gente pasa inadvertido, se asume como natural y por eso es tan importante visualizarlo", insiste Celia.

Hacia ese propósito se han dirigido los pasos del Grupo de Trabajo que coordina la FMC e integran instituciones como los ministerios de Salud Pública, del Interior, Educación, Justicia, la Fiscalía, la Universidad de La Habana, el Tribunal Supremo y el Centro Nacional de Educación Sexual, entre otras.

"Los actos de violencia se perciben como un delito cuando se cometen públicamente o provocan desenlaces fatales, pero si ocurren en casa no, aunque están penados por la ley con agravantes", añade.

La violencia intrafamiliar pocas veces es identificada por víctima y victimarios, quienes reproducen los ciclos del maltrato en una cadena difícil de romper y de la cual muchas veces no puede salirse sin la asistencia de terceros.

"Las personas deben conocer que ante situaciones de ese tipo pueden buscar y hallar la necesaria asistencia y orientación jurídica, médica, psicológica o de otro tipo en la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia de la FMC, el médico de la familia o área de salud, en los servicios de orientación y terapia sexual y también en las Oficinas de Atención a los Derechos Ciudadanos de la Fiscalía municipal", señala Celia.

"El tratamiento a este problema debe ser, además, integral e incluir a la víctima y al agresor. Ambos necesitan ayuda", insiste.

05/02/2002

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