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![]() Hombre del bosque HAYDÉE LEÓN MOYA
Pero cuando usted conozca la verdadera historia del autor de la frase, Marcelino Rueda Zúñiga, se convencerá de que este hombre campesino, carbonero y repoblador, tiene mucha moral para repetirla y no dejar espacio a aparentes contradicciones. Con 75 años de edad, jubilado, pero siempre al servicio de la Revolución y de esa riqueza que yo llamo su majestad el árbol, Marcelino recuerda como uno de los momentos más felices de su vida el día en que nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro prendió en su pecho la Medalla de Héroe del Trabajo de la República de Cuba y le entregó el diploma acreditativo enmarcado con madera preciosa de los bosques donde él vive, allá en Cayogüín, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Baracoa. Cuando niño, dice con cierta tristeza, derribé muchos árboles realmente de forma indiscriminada, para fabricar carbón y poder subsistir, junto a mi familia, con un salario miserable. Con los años me di cuenta que esa tala a lo loco, corta mata por aquí, por allá, no podía ser. Porque en los tiempos de la colonia la riqueza maderable de nuestro país, cubierto en el 80 por ciento de su superficie con árboles, fue saqueada para sembrar otros cultivos en su lugar, utilizarla como combustible en calderas, construir barcos, palacios y mobiliarios para la aristocracia española, reflexiona Marcelino. Hoy también se usa la madera con múltiples fines, pero se tiene una conciencia de la importancia de repoblar las áreas boscosas para no acabar con ellas, se trabaja fuerte para que las prácticas indiscriminadas en la tala no sean la regla, como entonces. Participé en el segundo congreso de trabajadores forestales, celebrado hace 24 años, y entonces ya tenía una conciencia forestal y quizás le había devuelto al bosque los árboles que le arranqué de niño. Las horas infinitas produciendo carbón, en jornadas, tantas como las necesarias para entregar entre 3 500 y 4 000 sacos por mes para combustible doméstico, pero sobre todo la práctica de sembrar dos árboles por cada uno arrancado, y la meticulosa selección, entre ellos, de los que estaban en edad de ser sustituidos y convertidos en leña, hablan del esfuerzo personal de este hombre del bosque. Todo el día fue siempre su jornada de rutina, y por eso, excepto su corta visión, los demás achaques de salud que siente hoy, mucho tienen que ver con más de un desliz sufrido entre árboles. Pero nada de ello pone freno a sus desvelos por repoblar. No faltan las veces en que aconseja y vuelve a aconsejar que los pinos no se pueden sembrar en agosto, porque la temperatura es muy alta y ellos mueren. Eso les digo constantemente a algunos jefes de unidad que me vienen a ver, pero cuando dan la espalda hacen lo contrario; que no nazca un árbol es para mí otra de las mayores desgracias de la Naturaleza. Nadie en Cuba supera a Marcelino en superficies boscosas restauradas. Y ahí están para confirmarlo, en Maraví, cerca de Cayogüín los 300 000 ocujes, yabas y majaguas que sus propias manos sembraron. Construyó con su esfuerzo personal, un bosque que deja para la presente y futuras generaciones un testimonio perdurable y de infinito valor. A su paso, lento y observador, entre cedros, ácanas, guayacanes negros, en toda esa riqueza forestal en que vive, parece que los árboles le dicen en un susurro: Ahí va Marcelino, su majestad el hombre del bosque. |
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