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![]() Heroísmo cotidiano Las dos piernas de Orlando JOSÉ ANTONIO FULGUEIRAS
Y ni aún así, le ha parado sus pasos por la vida y por la historia: "Cada vez que caía una piedra sobre el mar sentía como si me corriera una gota de sangre por el cuerpo", me confesó una tarde mientras observábamos, en la punta del pedraplén incipiente, un camión sacudiéndose del pedregal y arrojando los cantos ruidosos sobre la espuma salpicada. Orlando es un hombre a quien hoy le cuelga una medalla de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, mérito sublime que se ganó a constancia limpia, poniéndole el pecho a la brisa y la entereza al terral marino. Por varios años les abrió los ojos a los manglares de los cayos aún cuando ni gaviotas ni alcatraces les aportaran sus alas a las alboradas. Con Orlando se puede hablar de todo, menos de desaliento. Ni cuando con el arranque del período especial mandó la mayoría de la fuerza de su contingente Campaña de Las Villas hacia las labores de la agricultura. Él miraba la punta de su pedraplén detenido y le decía confidente al mar: "No cantes victoria que yo te pongo la cincha de piedra más temprano que tarde. Relincha y brinca como tú quieras que yo te domo o me quito mi nombre". Orlando no es el pedraplén, pero el pedraplén se llama Orlando. Y no porque él sea el Tarzán de la obra, la grúa humana o el hombre camión. Sobre esta serpiente marina de piedra, tierra y asfalto, dejaron el sudor e irguieron los principios cientos de hombres de día, de noche y de madrugada. Fue el avance colectivo de una tropa sin miedo a las profundidades atlánticas. Una serpiente puede perder la cola, pero no la cabeza y el corazón. Y esos dos órganos del cuerpo constructor se los donó Orlando a la culebra marinera. De lo contrario hubiera quedado en el medio del camino, o se transformaría en una tortuga dando tumbos entre las olas y la espuma. Él no es religioso, mas nunca le faltó la fe: Su ídolo es Fidel, quien lo sacó del anonimato, cuando se le ocurrió amarrar a Caibarién con tres de las playas más lindas del mundo. "El Comandante me asignó esa tarea y no podía hacerlo quedar mal." A él tampoco le faltaron los detractores. Un guajiro de la zona me confesó una vez: "Periodista, por aquí hay un loco llamado Orlando, que si no lo aguantan va a tirar todas las lomas de Cuba en el mar". Pero él no creyó en admiradores ni detractores, creyó en sus hombres y en su proyecto, y fue deslizándose sigilosamente entre las aguas, de aquí para allá y de allá para acá. Y un día se empató el pedraplén de 48 kilómetros como un costurón de amor y dignidad sobre la tela azul de la marea. Tal vez por eso, en la mañana que él recibió, en medio del pedraplén, el premio iberoamericano de Alcántara por la celebridad de su obra acabada, miró para su tropa radiante, y sintió que le habían devuelto la pierna amputada. Entonces, salió a caminar por encima del mar, riéndose de los peces de colores. |
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