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![]() Jorge Luis Prats Varias vidas en una sola vida PEDRO DE LA HOZ
Ambas razones iluminan la cualidad esencial de Jorge Luis Prats, desplegada a toda vela en el recital que el último jueves ofrendó a la emisora Habana Radio en la Basílica Menor de San Francisco de Asís. La propia selección del programa —de extrema dificultad, ingentes exigencias físicas e intelectuales, y, a la vez, sumamente agradecido para el público— respondió a la percepción que Prats posee del pianismo: transmitir experiencias estéticas complementarias sobre la base de un conocimiento exhaustivo de las posibilidades técnico-interpretativas del instrumento. En el Preludio, coral y fuga, en si menor, de César Franck, Prats consiguió una de las más leales y perfectas ejecuciones de esta obra maestra de las que se pueda tener memoria, a partir de hacer refulgir la soberbia arquitectura sonora; y saber distinguir y entrelazar, en justo equilibrio, la belleza temática y la atmósfera armónica (Prats es de los que cuida, con delicadeza de orfebre, la duración y la intensidad precisa de cada nota). Asumir tras esa obra grande, pero de resonancias místicas, la suite del ballet Petrouchka, de Igor Stravinsky, exige de cualquier intérprete un giro de 180 grados en estilo y una sobrecarga de voluntades. Recuérdese que la versión para piano de la partitura solicitada por los Ballets Rusos en 1911 fue concebida a la medida del virtuosismo de Arthur Rubinstein. Prats entregó el vigor rítmico de una pieza que encarna un sugerente vínculo entre la identidad nacional rusa y el inicio de la revolución musical del siglo XX. Justo en el centro del programa, Tema con variaciones (sobre un tema de Silvio Rodríguez), de Andrés Alén (La Habana, 1950), nos puso sobre la pista de uno de los compositores cubanos contemporáneos que con talento singular y constancia ejemplar ha enriquecido más la literatura pianística insular. Tomando como pretexto la hermosa página del trovador titulada La vida, Alén construye una obra que recorre una buena parte de las estaciones del lenguaje del instrumento. Y así, de manera coherente y pródiga, la interpretó Prats, enhebrando la refrescante invención a tres voces con la honda perspectiva de la toccata, la contradanza con el estilo clásico, el jazz latino con el sorprendente tumbao que ilustra la tradición cubana. La versión de Schulz del popularísimo vals Danubio azul, de Johann Strauss, dista del tópico fácil. Nuestro pianista la abordó de manera que se hiciera evidente el ingenio constructivo, jugando con la métrica y los acentos, dentro del más fluido sabor vienés. Al final, un nuevo tour de force: la Rapsodia sobre los temas de la jota aragonesa, de Franz Liszt, un compositor que escribió para su propio lucimiento. La grandeza de Prats estuvo en comunicar la pujanza de ese exuberante pensamiento musical romántico, sin fuegos de artificios ni esos alardes espectaculares que frenetizan a los auditorios. Fue esta una señal de profundo respeto hacia lo esencial de Liszt y hacia el público sensible que repletó la Basílica. ¡Y todavía tuvo Prats ánimo para regalar encores! |
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