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18/01/2002
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Alas del mundo en Jardines del Rey

Colectivos laborales de Ciego de Ávila y de otros territorios del país mancomunaron esfuerzos para concluir la primera fase del aeropuerto internacional Jardines del Rey, en Cayo Coco

ORTELIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ

Desde el aire parece un campo de fútbol en miniatura en medio de la floresta. Cuando uno se acerca, la pista del aeropuerto internacional Jardines del Rey, en Cayo Coco, adquiere su real dimensión. La aeronave, procedente de Argentina, trae los primeros 124 turistas, operación que deja oficialmente abierto este enclave a las líneas internacionales. El DC-10 rueda por una gran parte de los 3 000 metros de la pista y va a "posarse" en un lugar cercano a la terminal aeroportuaria.

Foto: RICARDO LOPEZ HEVIADurante las primeras pruebas
con vuelos nacionales.

Momentos después de detener los motores, el comandante de la nave de Cubana de Aviación, capitán Roberto Abréu Brito, habló con elocuencia de este primer viaje a ese islote y de las óptimas condiciones que presentó el campo de vuelo, visible desde unas 20 millas de distancia.

Para llevar a feliz término esta operación también fueron necesarias miles de horas de trabajo en aras de dejar acondicionada la pista. Algunos de los protagonistas hablan de vicisitudes y realidades que matizaron lo que hoy es considerado en todo ese archipiélago como una proeza de hombres decididos a no dejarse vencer por las dificultades.

Constructores dan los toques finales
a esta primera etapa.

Heriberto Guilarte Savón, Juan Díaz Godínez, José Hurtado García y otros tantos constructores hoy dan el último empujón para, en octubre próximo, terminarlo completamente. Mucho antes, otros hombres facilitaron el trabajo de quienes ahora tienen esa misión.

LOS CONQUISTADORES DEL BOSQUE

Los días de febrero de 1999 fueron los más infernales en toda la construcción del aeropuerto, aunque a la distancia de casi tres años no se hable mucho de quienes abrieron los caminos y tuvieron la osadía de traspasar el reino prohibido de esos bichitos feroces que hinchan la piel.

Cuando a más de 80 kilómetros por hora uno puede transitar por carretera los cinco kilómetros que separan la nueva terminal aérea de uno de los viales principales de Cayo Coco, ni siquiera atina a pensar en las interioridades y anécdotas de los primeros conquistadores.

Cuentan que al acercarse al bosque, solo se oía un sonido parecido al de una colmena gigante. Así, 55 hacheros pertenecientes a la empresa de Flora y Fauna abrieron caminos, se adentraron en el monte y alistaron cientos de hectáreas de trochas.

Ello fue decisivo para que los trabajadores de la Brigada 19, de la Empresa Constructora Integral número Uno avileña entraran con los equipos y allanaran el camino a los especialistas de GEOCUBA y de la Empresa Nacional de Investigaciones Aplicadas (ENIA) a fin de que realizaran las investigaciones necesarias, en el empeño de reducir al mínimo los daños al ecosistema.

Luis Santana Tascón, jefe de la brigada 19, recuerda que siempre se tuvo en cuenta el cuidado del entorno, a tono con las exigencias del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, y así atenuar el impacto ambiental que siempre provoca una obra de este tipo. Hasta las canteras de donde se sacaba el material tenían su proyecto de explotación y de rehabilitación.

Se llegó a la exquisitez de que debía buscarse la manera de que la fauna se adaptara al trabajo del hombre y, si no lo hacía, debía provocarse la emigración natural hacia otros parajes del islote con características más apropiadas. Los hacheros llegaron a despejar más de cinco kilómetros de lo que hoy es el eje central de la pista, solo con los daños mínimos obligados al ecosistema.

ANTES DEL PRIMER ATERRIZAJE

Para Heriberto Pérez Pérez, ingeniero en aeródromos y uno de los inversionistas de la obra, muchas fueron las particularidades que matizaron los trabajos en el aeropuerto. "Por ser un terreno cavernoso —asevera— hubo que eliminar las cacimbas y oquedades en un área de 3 200 metros de longitud por 150 de ancho, con el empleo de explosivos. Solo para preparar la cimentación de la base de la pista fue necesario emplear 1 000 toneladas de explosivos.

José Diego Ruiz, el inversionista principal, afirma que la torre de control fue otro de los objetos de obra que le quitó el sueño a más de un constructor. Y es que la fundición de los 25 metros de altura llevó 29 toneladas de acero, 180 metros cúbicos de hormigón, durante ¡84 horas! continuas de labor.

Una vez concluido, el aeropuerto costará unos 30 millones de dólares y 45 millones de pesos; recibirá más de 20 vuelos por semana y podrá asimilar un millón 200 000 pasajeros al año. Estos son solo algunos de los datos ilustrativos del porqué esta es la obra en construcción más importante de los últimos dos años, entre las pertenecientes al IACC.

De ello da fe Rogelio Acevedo González, presidente del Instituto de la Aeronáutica Civil de Cuba, quien detalló a Granma que la terminal aérea responde al desarrollo turístico actual y futuro del polo Jardines del Rey, llamado a convertirse en uno de los más prominentes de Cuba y el Caribe.

Entre las bondades que ofrece destacó la disminución en unos 110 kilómetros la distancia a recorrer por los visitantes extranjeros, y, por ende, un mayor acercamiento al lugar de destino. Ello revaloriza el Polo. El hotel más lejano —en Cayo Guillermo— queda a 40 kilómetros de distancia, y el más cercano no sobrepasa los 10. Tampoco se descarta la posibilidad de que en un futuro preste servicio a otras zonas del norte de Villa Clara.

A modo de ejemplo, ilustró que cuando Jardines del Rey tenga 20 000 habitaciones en explotación —hoy dispone de unas 
3 300— solo para trasladar a los trabajadores se necesitarían más de 400 ómnibus. "Muchos gastos", sentenció.

El directivo sostuvo que con esta suman diez las terminales internacionales en el país y por ahora no se acometerán nuevas inversiones de ese tipo. De ser necesario, solo se ampliarán algunas donde el desarrollo turístico lo amerite.

En su vocación de mosquito, el DC-10 de Cubana permanece inmóvil en la plazoleta. Al verlo, no imagino en qué pudiera estar pensando ahora el ingeniero Celso González Rodríguez, el hombre que al frente de aquellos 55 primeros hacheros se lanzó a la aventura de conquistar lugares hasta ese momento vedados a la especie humana.

18/01/2002

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