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Acotaciones Un premiado vital y en desarrollo AMADO DEL PINO EN EL ARCHIVO de los mejores recuerdos atesoro aquella visita a Unión de Reyes junto al maestro Abelardo Estorino a raíz de que se le confiriera el Premio Nacional de Literatura en 1992. Los pioneros de ese pequeño pueblo de Matanzas, que él ha llevado a la letra de imprenta y a las tablas, se dirigían al ya clásico dramaturgo que sigue siendo el cotidiano Pepe de las visitas habituales, el hermano, el primo, el vecino de todos los días. Aunque su primer texto escrito fue Hay un muerto en la calle, es en El peine y el espejo, estrenada en 1960, donde arrancan obsesiones temáticas como el machismo y la vida provinciana, que nutrirán su inicial período creador. El poderoso sistema de diálogos, la caracterización vívida de los personajes que asomaban en El peine... alcanzan su plenitud en El robo del cochino, estrenada en 1961 y considerada como una de las primeras piezas modélicas después del triunfo de la Revolución. Hace poco regresé a Unión con este hombre humilde y cariñoso que acaba de obtener el Premio Nacional de Teatro 2002. Allí aplaudimos una función de La casa vieja —otro título de línea realista clave en la década de los sesenta— y la puesta en escena de Pedro Vera era a la vez un viaje hacia el ámbito afectivo del artista y una confirmación de su actualidad y sentido universal. Llama la atención cómo en fecha tan temprana Estorino no excluye de su elogio a los nuevos tiempos el ataque al esquematismo, la mediocridad y los prejuicios moralizantes que pueden parapetarse detrás de cualquier posición ideológica. A su obra dramatúrgica se han dedicado numerosos prólogos, tesis y ensayos. Vale recordar que en los setenta se adentra en la personalidad y la obra de José Jacinto Milanés y escribe ese extraordinario retablo, La dolorosa historia del amor secreto de Don José Jacinto Milanés, donde su poderosa capacidad literaria alcanza envidiable equilibrio con la efectividad escénica. Esta segunda virtud la acentuaría Estorino en los noventa cuando —dando un ejemplo de su incesante laboreo— sintetiza La dolorosa historia... en Vagos rumores. Además, este texto fundacional daría pie a una indagación en nuestro poético siglo XIX que cristalizó en títulos como La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea —de Abilio Estévez, dirigida por el ahora flamante premiado— y la interesante Plácido, de Gerardo Fulleda. La grandeza del Estorino dramaturgo suele competir con los indudables logros del director. No debe olvidarse que buena parte de sus textos, como el incandescente monólogo Las penas saben nadar, la deliciosa comedia Ni un sí ni un no o esa obra de madurez plena que se nombra Morir del cuento se convirtieron en excelentes espectáculos de la mano de su propio autor. Pero además, ha dirigido títulos ajenos —como La malasangre, de Griselda Gambaro, Aristodemo, de Joaquín Lorenzo Luaces, y la clásica Aire frío, de Virgilio Piñera— demostrando notable sentido del espacio escénico y virtuosismo en la dirección de actores, algunos de ellos emblemáticos en su carrera como Adria Santana. Si algún premio puede
provocar la unanimidad es este de Abelardo Estorino. Tenemos también la
gran suerte de que lo recibe en plena actividad creadora, que dentro de
unos meses puede estrenar o irse de gira con la misma naturalidad de un
teatrista debutante. Porque Pepe Estorino parece —como su Esteban de La
casa vieja— creer solo en lo que está vivo y cambia. |
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