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![]() Centenario en el 2002 Dulce María MARTA ROJAS
Esta mujer que tuvo la felicidad de vivir con lucidez 95 años proclamaba con orgullo su cubanía. "...habiendo recorrido medio mundo, visitando países donde mi obra ha sido muy difundida, homenajeada, yo sin embargo mantengo mi hogar en Cuba, escribí mi obra, en Cuba sigo viviendo y en Cuba moriré. Con más de ochenta años presido la Academia de la Lengua como aporte al desarrollo de nuestra cultura. Eso es todo". Así de contundente fueron siempre las declaraciones de Dulce María Loynaz, así se tratara de su vida personal, de la poesía o del arte en general. Tuve la dicha de conocerla; tenía un humor inteligente y su poesía ha sido valorada por los más importantes críticos de la lengua española como inusual y de excelencia. Al decir de Carmen Conde: "Nace con la delicada traza de los ríos, lo que es y será en realidad hondo panal de agua, ahincada palabra líquida que baña dulcemente pero calentándonos hasta la médula. Si de otra poesía sentimos el arrebato empuje, de la suya nos viene un sostenido aliento que empapa corazón y mente". Premio Nacional de Literatura en 1988, había sido nominada varias veces para el Cervantes. Dulce María Loynaz —ella menos que sus hermanos— se refugió por años en la soledad y el silencio. La mayoría de sus obras, publicadas en España, apenas circularon en Cuba cuando el pueblo cubano estuvo preparado, masivamente, para acceder a las más variadas lecturas, luego del triunfo de la Revolución. Cuando hablamos de sus obras no podemos limitarnos a la poesía, sin duda la más abundante y difundida. Ella escribió prosa y tradujo a escritores y poetas como Walt Whitman. Su novela lírica Jardín, publicada por primera vez en 1951 por la editorial Aguilar es un exponente incomparable de las letras, aunque para la autora el libro en prosa más amado fue Un verano en Tenerife narrado sobriamente. En cierta ocasión en una entrevista que le hicieron como presidenta de la Academia de la Lengua en La Habana, dijo con regocijo y a sabiendas que sorprendería a sus interlocutores: "...si se tiene en cuenta la fecha del carné que aún conservo, tal vez yo sea la periodista viva más antigua de Cuba". Se refería al carné de periodista que le había otorgado el Director del periódico La Nación para estimularla a seguir colaborando en el diario. Entonces tenía 11 años de edad. Había empezado por unos versos en La Nación, pero ya adulta las crónicas que publicó durante un tiempo en la página social que dirigía su esposo el periodista Pablo Álvarez de Cañas, constituyen hoy piezas literarias; en particular aquellas en que reconstruyó con una inaudita imaginación la presencia de la infanta Eulalia en La Habana, en 1893, partiendo de lecturas del periódico El Fígaro y otras que solía hacerle su madre cuando ella era pequeña. La sección Crónicas del ayer es un modelo para el conocimiento del mundo colonial. En la famosa serie sobre la infanta Eulalia, no pierde oportunidad para fustigar al decadente gobierno colonial. Ese era, según su decir y su objetivo "no una fría labor de erudición sino de conexión de los hechos pasados con los que se vivían en la quinta década de este siglo". Afirmaba Dulce María: "los que no tienen recuerdos muy poca vida tienen; cuando yo no tenía recuerdos los inventaba". Cuando comencé a leerle a Dulce María algunas de aquellas Crónicas del ayer para que me aclarara cualquier duda, pues pensaba escribir el prólogo de un libro que las recogiera, le pregunté si no se arrepentía de haber hecho ese periodismo. Se asombró de mi pregunta. Levantó los brazos: "De ninguna manera, lo disfruté mucho; el día más feliz de mi vida fue cuando me dieron la oportunidad de tener una columna en el periódico y mi primera crónica fue de agradecimiento. Pensé en Félix Varela, pensé en Martí".
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