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08/01/2002
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Música

El vórtice del trópico

PEDRO DE LA HOZ

La concentración del talento cubano en una de las categorías de la restringida zona latina de las nominaciones para los Grammy 2002 indica que el fiel de la tradición, en ese difuso pero significativo campo de la música tropical, se inclina hacia la Isla.

Chanchullo (sello Nonesuch), en la saga de Buenavista Social Club.

Por el Mejor Album Tropical Tradicional optan La charanga eterna, de la orquesta Aragón; Las flores de la vida, de Compay Segundo; y Chanchullo, de Rubén González. Junto a estos discos aparecen el colombiano Carlos Vives y Déjame entrar y Los Super Seven con Canto.

Esta preselección, realizada por los miembros de la Academia de Grabadores y Editores Musicales de Norteamérica (NARAS), de una parte se hace eco del impacto comercial de los fonogramas en el período de un año y, de otra, registra el grado de recepción de las estéticas propuestas y su influencia no solo en los Estados Unidos sino en el radio de acción cubierto por sus industrias culturales.

En otras palabras, el reconocimiento de Compay, Rubén y la Aragón tiene que ver tanto con el calado implícito en su música como con la exitosa circulación en el mercado fonográfico norteamericano y su irradiación universal.

Aunque diferentes en sus expresiones —Compay en la línea sonero-trovadoresca, Rubén en la descarga instrumental sobre temas populares; y la Aragón haciendo valer su emblemático estilo charanguero—, la llamada de atención pasa por la recuperación por amplios sectores de la crítica y el público norteamericanos de una parte de su imaginario musical construido a lo largo de un siglo que identifica la tipicidad tropical con el múltiple pero consistente sonido tradicional cubano.

Mientras en otras categorías de la zona latina el referente es el cada vez más creciente segmento hispano de EE.UU. y los territorios iberoamericanos dominados por la circulación que opera desde ese centro hacia la periferia, en el caso de la llamada música tropical tradicional el enganche supera esos ámbitos.

Compay es un fenómeno de masas, que va mucho más allá de su provecta edad, factor desde luego que influye en su empatía. Desde que El manicero, de Simmons, se convirtió en el superexitoso The Peanut Vendor allá por la década del 30 de la centuria pasada, el son se insertó en el sistema de referencias estético-musicales de considerables sectores sociales de Norteamérica. La Aragón, que ya era una leyenda en los 50 y compartía la gloria del estandarte charanguero con Fajardo y sus Estrellas, con no pocos epígonos en el Barrio neoyorquino, ha revivido sus mejores días con la formación actual —no solo los latinos colman el Lincoln Center cuando se presentan— bajo la égida de Rafaelito Lay y la producción del sello Lusáfrica; y Rubén, obviamente montado en la estela del cometa de Buenavista Social Club, deslumbra con una marca heredada de la estirpe de Lily Martínez Griñán.

CHUCHO Y GONZALO EN JAZZ LATINO

Pero la evidencia definitoria de que la tradición no es carga pesada ni lastre nostálgico —aunque algunos resortes promocionales apunten a ello— se tiene en el anclaje de otros dos cubanos en la categoría Mejor Album de Jazz Latino: Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba.

Chucho, que hace un lustro, como él gráficamente dice, "no me bajo de los Grammy", clasifica entre las luminarias que soportan el doble disco de la banda sonora de Calle 54 (Blue Note), el filme del español Fernando Trueba. Allí justamente interpreta, a dúo con su padre Bebo, La comparsita, de Lecuona, en una versión donde la tradición se nutre de una poderosa inventiva, a la altura de las extraordinarias dotes de ambos maestros.

Supernova, el disco nominado de Gonzalo, epicentro de un triángulo cuyos otros elementos son el baterista Ignacio Berroa y el bajista Jeff Chambers, toma como estándar, en uno de sus más creativos cortes, nada menos que El manicero.

¿Quiere decir todo esto que el desarrollo contemporáneo de la música cubana desmerece ante la tradición? Más bien habría que rastrear factores comerciales, vinculados a las limitadas posibilidades existentes en el mercado norteamericano debido al bloqueo y a los intereses de las majors en la distribución en ese territorio.

Lo más deseable sería, aun en medio de una absurda guerra económica que frustra la natural relación entre las culturas de Cuba y Estados Unidos, que la tradición pueda servir de plataforma de lanzamiento a los nuevos hallazgos de nuestra música.

08/01/2002

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