Lecturas

Expediente en blanco

Boris Pasternak, un gran poeta ruso, habló una vez del importante riesgo de las definiciones. Apuntaba el maestro a una de las trampas de la literatura: la tentación de construir modelos. La poesía es esto; la poesía es aquello, escuchamos, en efecto, y, con sutil anarquismo, enseguida queremos distanciarnos de las pautas que dictan otros. Esa irreverencia ha producido, lógicamente, mucha obra buena y mucha regular.

Reynaldo García Blanco ha conseguido, a mi modo de entender, dotarse de un estilo en el que la galanura se da por el lado contrario. O sea, que, aún conociendo la fuerza que tiene la idea del poema como obra en sí misma —más para ser que para comentar— el espirituano convertido en santiaguero se inclina en sus libros por la crónica. Al menos es lo que sucede en Reverso de foto & dossier (Casa Editora Abril, 2000), cuaderno con el que ganara el premio Calendario, de la Asociación Hermanos Saíz, dos años antes. Solo que las crónicas de Reynaldo no han querido apelar a lo consabido, ni en la sucesión, ni en el lenguaje. Las suyas son crónicas subjetivas, hechos posibles más que palpables, aunque ligados a la realidad por un asombro misterioso.

Lograr que lo cotidiano haga un alto en el camino del ocio es uno de los aciertos de este poemario que se lee como un largo salmo, con deseos de seguir pasando las páginas que pronto se acaban. Reverso de foto & dossier viene a ser el expediente de bellas maquinaciones, la amargura del cronista por ver lo que pocos ven, y tener para colmo que fijarlo en versos.

El coloquialismo, esa filosa manera de enfrentar la poesía, de la que no todos salieron airosos décadas ha, es reelaborado en los poemas de García Blanco a través de una plasticidad que aparta lo rústico y disuelve la conversación siempre engañosa, para dejar una esencia lírica y a veces también humorística. Cumpliendo así con la máxima de que el uso directo de la palabra está degradado cuando se trata de la poesía, Reverso de foto & dossier va de lo humano a lo divino, pero, como si lo pensara mejor, regresa a lo humano sobre unos versos meditados, de una ironía que se agazapa, que nunca salta, para que uno deba entrar a buscarla por su propia cuenta.

Pongo estas palabras encima del carbón y no quieren arder, dice Reynaldo García Blanco casi a final del libro, pero es solo una trampa. En la lectura las palabras arden doblemente.