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Acotaciones La imprecisa permuta de Manolo AMADO DEL PINO Al final de un año en el que la dramaturgia cubana ha tenido escasa presencia sobre los escenarios, resulta estimulante el regreso de Mi socio Manolo, del imprescindible Eugenio Hernández Espinosa. Esta poderosa obra fue escrita en 1971 y debió esperar hasta el 85 para subir a las tablas, de la mano de Silvano Suárez. Poco después la asumiría Julio García Espinosa para la pantalla grande. Ahora Alejandro Palomino —que ha dado pruebas de talento e imaginación en anteriores montajes— nos trae una versión que cambia las circunstancias de los personajes, "corre" la época para la actualidad y ubica los recuerdos de los personajes en el mundo estudiantil de los ochenta. La mudanza se debilita porque deja fuera buena parte del complejo mundo afectivo-contradictorio que por un lado acerca y por el otro enfrenta a estos seres. También se desvanece aquí el sentido de inminencia, de peligro latiendo en el aire que posee el original. A los ingeniosos y sabios diálogos de Eugenio se suman muchos otros que, aunque algunas veces simpáticos y agudos, están demasiado atentos a buscar la risa por la vía de la crítica social, superficialmente asumida, y un costumbrismo que va de lo gracioso a lo chabacano. La puesta en escena de Mi socio Manolo me recuerda que en esta profesión tiene sus desventajas asistir a los estrenos. Una vez más la primera noche abundó en imprecisiones que deben haber sido superadas en las siguientes funciones en el Café Teatro del Centro Brecht. Sin la vocación por el movimiento de otros espectáculos suyos, Palomino muestra corrección en las composiciones escénicas y un uso coherente de la banda sonora. A los elementos escenográficos no les sacó suficiente partido. Sin justificación interna, los dos personajes fueron asumidos en la función inaugural por cuatro actores. En la primera parte, Alberto Pujols y Néstor Jiménez buscan defender con profesionalidad y carisma la señalada falta de fuerza dramática del texto "permutado". Pujols resulta simpático y fluido, aunque su gestualidad se torna demasiado naturalista. Néstor ratifica su excelente trabajo con la voz y establece con eficacia la contraparte con Alberto, pero deberá reír menos en escena para no sumarse a la dispersión del argumento. Palomino como actor aporta un interesante diseño corporal y Raúl Michel presenta limitaciones de proyección escénica y mostró escasa interiorización. Es respetable la opción de
dialogar con un texto probado de nuestra literatura dramática, pero los
resultados hacen pensar en que hubiese sido preferible atenerse a las
claves originales y crear un texto nuevo con los elementos que se
agregaron. Confío en que Vital Teatro y su director Palomino sigan
haciendo honor a su nombre y en la próxima ocasión con mayor efectividad
artística. |
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