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El ingenioso caso de Ramírez Malberti Virginia Alberdi El arte conceptual en Cuba, tendencia que comenzó a abrirse paso aquí hacia los 80 y que a pesar de los vaivenes de la moda y de los intereses artísticos diversos que se han ido sucediendo goza aún de cierta preeminencia, tuvo una de sus tablas de salvación en las apelaciones al ingenio y el humor.
Una buena prueba de esta vertiente la ofrece por estos días el pintor y escultor Guillermo Ramírez Malberti en la galería del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (3ra. entre 12 y 14, Miramar), un espacio pequeño que ha venido verificando su eficacia como sitio para la confrontación profesional. Ramírez Malberti aborda en sus piezas, donde dialoga lo puramente pictórico con las más diversas proyecciones objetuales y escultóricas, una intensa exploración del homo eroticus que forma parte de la idiosincrasia insular actual. Al rehuir de todo indicio de prospección sociológica y de indagación filosófica, el eros se nos presenta como espejo y posibilidad, juego en el que se intercambian valores y funciones, actitud lúdrica sazonada por el ingenio de un artista que trasciende las fórmulas. El espectador no puede menos
que sorprenderse por la sencillez —nunca simplicidad— de las
soluciones visuales logradas mediante una factura impecable que habla en
favor de un estudiado oficio. |
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