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La batalla infinita ROGER RICARDO LUIS
Desde el mismo 1959 había comenzado la clarinada: se convirtieron 69 cuarteles en escuelas, una experiencia humanística inédita en el mundo; en un solo día se crearon plazas de maestros para abrir 10 000 aulas y se dictó la primera reforma integral de la Enseñanza. En 1960 se formaba el Contingente de Maestros Voluntarios con un total de 3 000 jóvenes; igualmente, la Brigada de Maestros Frank País; también 150 000 muchachas del campo recibieron los beneficios de la superación mediante el plan de educación para campesinas Ana Betancourt. Así, 1961 fue proclamado el Año de la Educación y se nacionalizan los grandes centros, que hasta entonces eran privados, solo para acceso de los hijos de familias cuyos ingresos lo permitiesen, convirtiéndo la enseñanza en gratuita, derecho de todos los cubanos y responsabilidad intransferible del Estado revolucionario. El preámbulo de la campaña alfabetizadora tuvo lugar en septiembre de 1960. Ante el podio de la Asamblea General de la ONU, Fidel hacía público el reto: la Revolución triunfante erradicaría en un año el analfabetismo del país. No pocos pensaron que se trataba de una quimera. En la concepción de articular la movilización social con la eficacia técnica, organizativa y profesional de la campaña estaría la clave de la estrategia para enfrentar profunda y radicalmente la tarea.
Aquel huracán de las letras desatado por el fervor y el patriotismo creció en medio de la violencia contrarrevolucionaria y de la agresión yanki. La muerte del maestro Conrado, del brigadista Ascunce, del campesino Lantigua, del obrero Delfín, de los alfabetizadores populares Galindo y Morejón, lejos de amedrentar elevó el espíritu y la moral del pueblo. Con sangre noble se vio ungida la obra del saber para hacerla imperecedera, para afianzar el nexo obrero, campesino, estudiantil, para contribuir a forjar la unidad de los cubanos patriotas. La Campaña de Alfabetización fue la semilla de un árbol que crece. En la Plaza, aquel día memorable, nació, a propuesta de Fidel, el plan de becas cuyo primer contingente lo integraron 40 000 brigadistas. Un programa que llegó a sobrepasar los 100 000 educandos en todo el país. Así, se sentaron las bases para un proceso de formación permanente de obreros calificados, técnicos de nivel medio y universitarios. Fue la cantera para la preparación de miles de maestros, instructores de artes, de cuadros para la defensa, de médicos, ingenieros, entre otros profesionales. De ellos salieron las primeras hornadas de hombres y mujeres de ciencia que hoy constituyen un potencial estratégico para la nación. De aquel 22 de diciembre de 1961 nació el colosal programa de seguimiento a la superación de los alfabetizados mediante la educación obrero-campesina como un sistema que permitió el paso por los distintos niveles de enseñanza. Devino base para las posteriores batallas masivas por el sexto y noveno grados y la apertura de los cursos dirigidos en las universidades del país. En la semilla que germinó entonces surgió el esfuerzo internacionalista de la enseñanza que se ha traducido desde entonces en la presencia de decenas de miles de educadores que han ido por el Tercer Mundo a conjurar el espanto de ignorancia. En aquel esfuerzo admirable que hoy cumple 40 años se encuentra la raíz de nuestra heroica resistencia y se afianza la actual batallas de ideas, expresión cualitativa de una cosmovisión contemporánea de la realidad ajena al modelo de nominación mundial imperante, que se asienta en los más auténticos valores éticos y revolucionarios, en las semillas histórico-culturales y lo mejor del acervo humanístico mundial. En las palabras del Comandante en Jefe en el último Congreso pioneril está presente la continuidad de aquel esfuerzo cuando señalaba que estamos llevando a cabo una revolución educacional y social y marchamos en busca de una sociedad tan perfecta como el ser humano fuera capaz de alcanzar y, al hacerlo, estamos luchando para que la especie humana sobreviva, porque su existencia está amenazada por el caos y la locura del orden mundial impuesto a la humanidad. Precisamente, el esfuerzo que
hoy hace la nación por hacer del pueblo cubano el más culto del mundo
tiene su simiente en las cartillas para aprender a leer y escribir que
llevaron los alfabetizadores por llanos y montañas para dar inicio, a
escala social, del apotegma martiano de que ser cultos es el único modo
de ser libres. |
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