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![]() Crónica de un espectador La fiebre del loco, el viejo lector ROLANDO PÉREZ BETANCOURT La fiebre del loco es de esos filmes que después de verse, y hasta disfrutarse, invitan a un ejercicio detector, tanto de apariencias sin sustancias, como de objetivos artísticos bien sustentados.
El chileno Andrés Wood carga con cámaras y actores hacia el mar del sur de Chile para armar allí una historia matizada por la amistad, amores reencontrados y miradas tanto íntimas como públicas en torno al comportamiento de un pueblo de pescadores. Como columna vertebral de su retrato, aparece una historia de estafa, que va más allá de la consecuencia económica para convertirse en traición entre hombres que se conocen y hasta se quieren. Estamos ante un filme coral impregnado de múltiples elementos y papeles protagónicos no remarcados. Porque aquí la verdadera estrella es el loco, molusco que solo dejan pescar unos pocos días del año y que por poseer —según se afirma— efectos afrodisiacos, se cotiza como si de una meretriz de lujo se tratara. Pues bien, hacia esos lares parten tres hombres: dos amigos, uno de ellos con claro pasado transgresor, el otro bueno y noble, que es arrastrado bajo la promesa de que harán un negocio limpio, y un extraño japonés con dinero suficiente para pagar a elevado precio cuanto se pesque. Los buzos se van al agua, por las noches festejan en el bar del pueblo y una cuadrilla de agobiadas prostitutas desembarcan dispuestas a luchar "el pan". Otras historias paralelas hay, y al contarlas, el director pierde a ratos el rastro de sus personajes, los "congela" y retoma a veces no el momento más justificado, haciendo resentirse ciertas leyes de la dramaturgia. No le falta interés al espectador al seguir el hilo narrativo de esta película, portadora de excelentes momentos de subtramas, pero no convincente en la plasmación de un factor esencial, el truco y desenlace de la estafa, demasiado predecible e ingenuo, aun para un filme que se mueve entre la humorada y la tragedia. Otro aspecto discutible es el final, bastante trillado, aunque pretenda no parecerlo mediante el golpe brusco que se le da a la psicología del amigo "malo". Injustificable también, en la necesaria verosimilitud asumida por una obra realista, resulta uno de los aspectos más simpáticos de la cinta, la novela que narra el cura por su radio pueblerina. Si hay luz eléctrica, si se venden radios y televisores que transmiten los mismos bodrios amorosos con mayores recursos técnicos, en fin, si la mundialización enlatada está allí, ¿cómo es posible entonces que se siga atado a tan elemental forma de dramatización? Las actuaciones en general son buenas, la fotografía lo mismo, aunque deslumbrante a ratos, y a ratos también seducida por la belleza de un paisaje que le hace caer en la tentación de la estampa turística, esa que nos habla de una luna de oro reflejando hilos dorados sobre el mar. La fiebre del loco es un filme interesante por lo que nos cuenta, pero menos por la manera en la que lo hace. El viejo que leía novelas de amor, de Rolf de Herr, está basada en una novela del chileno Luis Sepúlveda y como en otros títulos suyos se pone énfasis en el aspecto ecologista. Richard Dreyfuss, mediante muy buen desempeño, da vida al viejo que ha permanecido casi una vida con los indios del Amazonas y descubre mediante la lectura de novelas amorosas que existe otro mundo, más allá del que se ha desenvuelto. Estamos ante un filme bien narrado, tanto en sus aspectos introspectivos, como en los relacionados con los hechos de aventuras, pero en el que resaltan fórmulas ya transitadas por el género, como ese alcalde rural, demasiado caricaturesco y parecido al sargento García, de El Zorro. Película con tensiones bien diseminadas a lo largo de su estructura, no es menos cierto que el personaje central, Antonio Bolívar, en su contienda por cazar a un tigre asesino, nos trae a la memoria las arremetidas de otro viejo luchando contra un gran pez, en una novela concebida por Hemingway en los mares cubanos, hace ya medio siglo. Pleno verano, de Viet Nam. Sólida y ambiciosa en su estructura narrativa. Tran Anh Hung dirige con la contención de quien sabe lo que quiere y se zambulle en la historia de una familia para sacar a la luz verdades ecuménicas desde las particularidades de su país. Sigue creciendo el cine asiático en cantidad y calidad. |
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