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Lecturas Camino a la providencia ROGELIO RIVERÓN A despecho de Raimond Radiguet, que con bella mano moldeó a un recién salido de la adolescencia, seguimos creyendo que la novela es un género que requiere pericia y, por lo tanto, tiempo vivido. Por supuesto que la novela es variable, capaz de acomodarse a diferentes procederes, si bien se resiste a ser argumento de manera exclusiva. Aventura del lenguaje y de la estética, parábola de la historia, oportunidad para ensayar coincidencias, la novela moderna se va librando de sus límites y se apodera de nuestro escaso tiempo de lectores. Jaime Sarusky, el autor de Un hombre providencial (editorial Letras Cubanas, 2001), parece haberse preparado largamente para esta novela con la que conquistó el premio "Alejo Carpentier" del Instituto Cubano del Libro, este propio año. Fascinado por una personalidad arrasadora, la de William Walker, un aventurero real cuyas huellas se regaron por Centroamérica, Sarusky da, por obra de una fina estética, con otro personaje llamado Providence, el cual probará a seducirnos sin contemplaciones. Es su hijo maldito, su Frankenstein, su carta descubierta. Porque, de una u otra forma, nos hemos acostumbrado a los caracteres superiores y no le perdonamos a la novela como género que se quede a medio camino en su dibujo. Pero, cuidado: esta novela no es moneda de una sola cara. Su propio héroe está hecho de formidables retazos y, quizás por ello, le creemos con más facilidad. Sarcasmo, intuición, ambiciones, talento y maldad vienen a él y de él a nosotros, gracias a una suma tangencial de rasgos y avatares que se colocan en función de un dramatismo bien pensado. Aprecio una rara intención en Sarusky: la de sugerir un estado espectacular con una manera de narrar calma, que mira los detalles, que reconstruye escenografías. Y por ese boquete penetramos en la otra dimensión de su novela, la que se encuentra más allá del héroe Providence, a pesar de su fortaleza de espíritu (de mal espíritu, pero qué importa), y que juega con la historia lineal y consabida, porque la novela histórica no debe ser historia, sino ensayo, fuerza, mundos encontrados, ahora en el plano de las sensaciones ideadas. Un hombre providencial es, pienso, una novela de estirpe, retadora y legible a un mismo tiempo para los que gustan del ejercicio intelectual, histórico y para los que prefieren seguir a los personajes y sorprenderse de sus actos. |
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