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02/12/2001
Portada de hoy

George Harrison o el hombre
que nunca quiso ser famoso

PEDRO DE LA HOZ

MIENTRAS medio mundo cantaba a viva voz "Something" y "My Sweet Lord", quizá para conjurar la realidad de la muerte del músico británico a los 58 años de edad, derribado por un tumor cerebral incurable, no pocos recordaban que la mayor contribución de George Harrison a Los Beatles, y aún más allá, al desarrollo de la música contemporánea, estuvo en el talento y la lucidez con que atemperó el sonido de la guitarra al nuevo canon que desde entonces reinaría en el universo pop.

Indiscutiblemente, John Lennon y Paul McCartney marcaron con su personalidad creadora, diversa y a la vez complementaria, la dimensión del cuarteto de Liverpool y luego, cada cual por su rumbo y al margen de toda consideración mítica, alcanzaron, hablando en términos estrictamente musicales, cumbres tan altas como las de los 60. Ringo fue el efectivo y orgánico soporte rítmico de Los Beatles y siempre tendrá por ello un justo lugar.

¿Dónde ubicar antes, durante y después de Los Beatles, a George Harrison, ese hombre que supo como ningún otro mirar el pasado con cierta ironía al decir "yo no quería ser famoso, solo quería el éxito"?

Desde los tiempos de The Quarryman (1958), comenzó a destacarse por aplicar a las creaciones del conjunto no solo lo que había asimilado de las corrientes rockeras en boga sino también las aplicaciones del sonido de la calle —escribió en su autobiografía I, Me, Mine: "había unos músicos galeses en el barrio que cantaban baladas fascinantes (...), lo que más me gustaba de ellos no eran sus voces, mucho más el sentido del acompañamiento, eran locos a contraponer acordes a la lógica más elemental"— y la tradición de la balada británica.

Con Los Beatles se hizo notar, en el orden autoral, por "Taxman", "Long long, long", la fabulosamente sencilla "Something" —Frank Sinatra llegó a afirmar que era la canción de amor más conmovedora que jamás hubiese escuchado— y "While my guitar gently weeps" —que merece un comentario aparte—, y también supo en determinados momentos introducirse como intérprete vocal con ribetes legendarios, como lo fue en el caso de "Because".

Pero lo realmente trascendente corrió por cuenta de una concepción guitarrística que fue madurando en el tiempo, a partir de lo que había aprendido de sus íconos Carl Perkins y Scooty More, a quienes comenzó imitando. A partir de Harrison se desarrollaron dos caminos en la era pop: de una parte, la verdadera comprensión de que el sentido melódico no puede ser ajeno a la atmósfera tímbrica y a la complejidad armónica de las voces; de otra, la necesaria integración de lo que después se llamarían músicas del mundo al discurso pop/rock fundamental. Esto último se hizo mucho más evidente en "While my guitar gently weeps", de la publicidad de sus contactos con el gran citarista indio Ravi Shankkar y del archifamoso Concierto de Bangla Desh, pero recorre una buena parte de su itinerario con sus colegas de Liverpool y su trabajo en álbumes no tan publicitados mas intelectualmente muy bien elaborados como Gone Troppo y Cloud Nine.

Hoy se le rinde tributo en el mundo entero: se pueblan de flores, velas y fotografías lugares públicos de Nueva York, Londres, Liverpool (hay una peregrinación constante a The Cavern, el sitio más Beatle de la ciudad portuaria), y en todas partes su muerte ha tenido una honda repercusión. Sin embargo, hasta no hace mucho se decía, como lo recuerda la periodista Macarena Vidal, de EFE, que "nunca volvió a alcanzar la cima que se le auguraba cuando publicó All things must pass o la que logró durante la beatlemanía". Pienso que en él no era pose no importarle la fama. Vivía en y para la música y se divirtió mucho inventándola solo o con amigos como Bob Dylan, Tom Petty y Roy Orbison en esa increíble aventura que se llamó The Travelling Wilburys, a pesar de la mismísima muerte que anticipó al grabar su último material bajo el sello R.I.P.

02/12/2001

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