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27/11/2001
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Acotaciones

El pollo negro del humor

AMADO DEL PINO

Durante años muchos hemos lamentado la escasa presencia sobre los escenarios de la dramaturgia de Antón Arrufat, el también muy reconocido narrador y poeta. Entre los textos dramáticos de Antón sobresalen El caso se investiga, Los siete contra Tebas, La tierra prometida, Todos los domingos y El vivo al pollo, la comedia grotesca que ahora lleva a las tablas Elio Martín en la sala Hubert de Blanck.

Como recuerda Mercy Páez en las notas al programa, a raíz de su estreno en la década del cincuenta por el grupo Prometeo, la obra provocó "controversias y encontradas opiniones". Resulta lógico, pues el argumento apela a la crudeza y el humor negro, convirtiéndose en una burla a la burguesía cubana de esa época. Afecta ligeramente la comunicación con el público el hecho de que la muerte no es un tema con tradición entre los que desencadenan la risa de los cubanos. Pero la ligereza del diálogo y lo bien construido de las situaciones permiten el avance de la acción y el estallido de un dinámico juego teatral.

Martín, experimentado director que tiene en su hoja de servicios puestas tan importantes como La vitrina (1971), con Teatro Escambray, logra aquí uno de sus mejores espectáculos de los últimos años. El movimiento escénico consigue aligerar un texto ingenioso, pero sobreabundante y la relación entre los actores y los objetos demuestra sabiduría.

El ámbito escenográfico, creado por Hen Echeverría, acude a un realismo casi naturalista, lo cual considero una variante respetable. Sin embargo, los muebles, aunque funcionales, resultan excesivos y pudo buscar más expresividad en los paneles y las plantas voluntariamente ridículas. Ayuda a conseguir el ritmo de la puesta la banda sonora de Adrián Torres.

Susana Alonso ratifica aquí su alto nivel interpretativo. Nos ofrece una viuda de gran fluidez, con una inteligente distribución de los momentos dramáticos, los grotescos o los claramente humorísticos. Alegra que un veterano actor como Benny Seijo haya alcanzado esta vez una caracterización plena y convincente. Los jóvenes Mayelín Barquinero y Orosmani González aportan frescura y algunas situaciones de agradable contrapunto, pero en él falta proyección y en ella abundan los movimientos parásitos. El fogueado Ottón Blanco resulta exquisito en su macabro profesor; mientras tanto la experimentada Concha Ares derrocha simpatía, lástima que falsee por momentos el final de sus parlamentos.

Resulta estimulante que Arrufat vuelva a la cartelera teatral habanera de la mano de un teatrista de larga experiencia como Elio Martín. Esta variante del humor poco habitual entre nosotros se convierte, con la complicidad inteligente del espectador, en disfrutable.

27/11/2001

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