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Las palmas reales de la electricidad Cientos de trabajadores eléctricos levantan la línea de 220 kilovoltios destruida por Michelle. De esa espina dorsal depende el restablecimiento de la red de transportación nacional de electricidad, que al quedar dividida en dos, obstaculiza la llegada de mayor generación al occidente del país para cubrir el déficit originado por la alta demanda de este territorio FÉLIX LÓPEZ En Banagüise, a medio camino entre Colón y el central México, existían dos "arboles" sagrados: las Ceibas y las torres de alta tensión que conforman la línea de 220 kilovoltios a lo largo de la Isla. Michelle los arrancó de raíz y dejó sobre la sabana yumurina un amasijo de acero galvanizado, frondosas ramas y líneas muertas. Se apagaron la luz y el paisaje, pero quedó prendido el optimismo...
Sudando la gota gorda, aun en medio de la agradable temperatura. Tan pronto el huracán torció camino y se perdió en el mar, toda Cuba miró al unísono a esa suerte de espina dorsal de la electricidad. Desde un helicóptero, los técnicos avistaron, solo entre Santa Clara y Matanzas, la pérdida de 32 torres. La cifra crece a 125 con las caídas en otros territorios. Lo suficiente para que el sistema electroenergético nacional se dividiera en dos segmentos, y la posibilidad de que el apagón multiplicara la desgracia.
Tal vez, quienes hemos admirado esa descomunal línea de torres que atraviesa el país de punta a cabo, no apreciemos en toda su dimensión la importancia de que vuelva a restablecerse su enlace en tiempo breve. De ella depende que la generación de electricidad (proveniente de las centrales termoélectricas del centro y oriente de la Isla) pueda llegar al occidente del país, única forma de evitar las interrupciones del servicio eléctrico no programadas.
Michelle fragmentó en dos ese sistema. Y desde entonces existe un desbalance nacional en la distribución de la electricidad, agravado por las averías que causó el huracán en otros subsistemas energéticos, como la línea de 110 y los circuitos secundarios que acercan el servicio a los consumidores. El pasado domingo, cuando escuchó en la radio esta noticia, el joven Orelvis Claro, trabajador de la Empresa de Construcciones Eléctricas, en la unidad de Ciego de Avila, le dijo a su esposa que preparara su mochila, porque la partida hacia el centro del país era inminente. Unas horas después el camión pitaba en la puerta de su casa. La operación, como el meticuloso mecanismo de un reloj, estaba en marcha... LA PRIMERA TRINCHERA "Están en la primera trinchera de la recuperación", fue la bienvenida del ingeniero Angel Garrudo, jefe de transmisión eléctrica de Ciego de Avila, y designado al frente de la agrupación que repara la línea de 220 kilovoltios entre Santa Clara y la termoeléctrica matancera Antonio Güiteras. Y lo dijo con la humildad y el orgullo de los que se saben útiles, imprescindibles.
Desde la noche del lunes, Garrudo comanda a 80 hombres avileños y holguineros, integrantes de las primeras caravanas que entraron a Colón, cargados con las estructuras de las torres y los conductores necesarios para restablecer el servicio: "Ninguno de nosotros, confiesa el joven ingeniero, imaginó el espectáculo dantesco que encontraríamos al amanecer, pero en lugar de lamentos se multiplicó el compromiso de iniciar una batalla contra el tiempo". "Detrás de nosotros, explica Garrudo, llegaron grúas y buldozers de los contingentes que construyen en Varadero, y este viernes estará incorporada una brigada del MICONS. En los próximos días, al terminar en sus respectivas provincias, se nos sumarán nuestros colegas de La Habana, Villa Clara y Cienfuegos. Esa fuerza nos permitirá abrir tres frentes y cumplir el compromiso de entregar la línea en 20 días". —¿Y cuál es la mayor complejidad de la tarea? "El desmonte de las 32 estructuras averiadas, algunas en zonas todavía inundadas. Es un trabajo peligroso, que requiere de medidas extremas de seguridad. Los conductores se deben desprender con el mayor cuidado posible, evitando incrementar sus daños. Por lo demás no hay problemas, todos estos hombres son especialistas de una alta profesionalidad en el ensamblaje y la erección de las torres. Es como un comando habituado a este tipo de contingencias". —¿Qué recursos faltan hoy a pie de obra? "Contamos con lo necesario. Las torres averiadas fueron traídas de la antigua Unión Soviética; en su lugar instalaremos las que hoy se fabrican en Metatunas, que son de probada calidad. Ahora mismo acaba de entrar un grupo electrógeno (planta eléctrica) y esperamos la llegada de unos reflectores que nos permitirán alargar la jornada a horas de la noche. La alimentación es buena y el campamento lo instalamos en el politécnico de Banagüise, donde dormimos unas pocas horas". "Pero el recurso fundamental, el que no se va a agotar con facilidad, es el hombre. Ahí los tienes, puede que estén ojerosos y hasta preocupados por la familia, pero todos halan parejo, y siempre adelante. De esa estirpe son los eléctricos". LA OTRA GUERRILLA Juan Fis Valencia, el jefe de las tres cuadrillas holguineras, no tuvo tiempo de avisar a su familia: "Teléfonos no hay, y mucho menos tiempo para salir a buscarlo", afirma este recio hombre de 61 años, curtido por el duro trabajo de armar y parar torres, un oficio del que siempre aprende algo nuevo hace algo más de tres décadas, años en que regresó de una misión internacionalista en el Congo, bajo las ordenes del Che Guevara, y decidió integrar esta otra guerrilla. "Cada torre, describe Fis, pesa siete toneladas, mide 38 metros y se `siembran' entre 350 y 400 metros unas de otras, en dependencia de la situación del terreno. Montarla requiere de precisión y cuidado, no por gusto hay un técnico de seguridad junto a cada brigada. Trabajamos con hierros vivos, rodeados de equipos pesados, lo que aumenta la posibilidad de accidentes fatales". Como un arquitecto a pie de obra, Fis va guiando a sus jóvenes operarios. Es el primero en cargar las estructuras, aprieta tuercas y guía las operaciones del gruero. A los hombres así hay que respetarlos. Los muchachos sudan la gota gorda, aun en medio de la agradable temperatura de esta mañana de noviembre. Fis les recuerda que una parte importante del país está oscura, y mientras así sea ninguno tiene derecho a cansarse. Unos 400 metros más al oeste, en el mismo ajetreo, anda Manuel Castillo. Sus compañeros lo conocen por Achú, "el que más le sabe a las torres". Me cuentan que en cada matutino, antes de salir para la línea, todos lo escuchan en silencio; y dicen sus muchachos que al acercarse a Colón no pudo contener las lágrimas. Prefiero ni preguntarle los motivos. Basta con saber que entre hierros también habitan seres sensibles que se estremecen ante el dolor ajeno. Y Achú es uno de ellos. Antes del regreso a la capital, marcado por el entusiasmo de la guerrilla de Fis, vuelvo a detenerme frente a la primera torre que se termina en el campo de batalla de Banagüise. El viejo Fis nos mira como implorando que no le hagamos más preguntas. Y como quien se conduele de nuestra frustración, dice con sus palabras de viejo sabio: "Cuéntenle a Cuba entera que no saldremos de aquí hasta que no esté sembrada la última palma real de la electricidad". |
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