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![]() El siniestro encanto de la frivolidad PEDRO DE LA HOZ No dicen cuál es su apellido, ni de dónde procede. Solo sé que Jason navega como artillero a bordo del crucero norteamericano John Paul Jones por las aguas del Golfo Pérsico y vive y muere, maldice y se desgañita cuando en la pantalla del televisor asiste al espectáculo que ofrecen los portentos de la Fórmula Uno, mucho más ahora que en el volante de los campeones una cámara en miniatura transmite al espectador la sensación de seguir en tiempo real el raudo desplazamiento de las máquinas. Jason oprime el botón de un cohete con la misma facilidad con que apura un vaso de cerveza en el momento que Schumacher cruza por la meta del circuito de Indianápolis. No le preocupa si es un cuartel talibán o un hospital el destino del misil. Lo importante es lanzarlo, excitarse con la velocidad de despegue. El mismo lo expresa: "¿Has manejado alguna vez una Ferrari a 300 kilómetros por hora? Se siente lo mismo", es su respuesta cuando, según un despacho de ANSA, fechado apenas iniciada la campaña contra Afganistán, al preguntársele en un llamado telefónico vía satélite sobre la misión de su unidad. Este Jason real pudiera llamarse Peter, George, Michael, nombres tan posibles y reales como los de otros tantos norteamericanos embaucados en la llamada operación Libertad Duradera. A estos les ha tocado oprimir el botón, a otros diseñar las acciones. Detrás de unos y otros, una concepción de la cultura —Estados Unidos dueños y ombligo del mundo, alfa y omega del sueño americano, principio y fin de todas las cosas— les hace vivir al ritmo de las paradas bulliciosas de los días festivos, entre el consumo de rositas de maíz y el rostro amable del Tío Sam. Una cultura light que cada vez más hace retroceder los más auténticos valores espirituales de una nación que cada vez se reconoce menos en estos últimos. El solo hecho de que alguien participe en un ejercicio de muerte con tal ligereza deportiva, nos hace pensar, como ha señalado oportunamente el colega colombiano Carlos Fajardo, en la prevalencia de una marca cultural calificada por el facilismo, el paradigma del atajo, el alarde de lo tecno-imaginativo, el síndrome del zapping, la reivindicación del pastiche, y el impulso de la simulación de la arrogancia y la salud corporal de las pasarelas, esos atributos de la imagen hegemónica que la industria cultural norteamericana vende a sus propios ciudadanos para que crean, por una parte, que son los mejores y más fuertes de este mundo, mientras por otra los reducen a meras figurillas manejables, desprovistas de la más mínima capacidad de pensar. Esta operación de "inteligencia cultural" llega hasta la escuela norteamericana, como lo prueba el apuro con que los editores enmiendan los textos académicos para la enseñanza general a la luz de los acontecimientos del día. El periódico The Wall Street Journal describe las "jornadas de agitación y aflicción" que vive la unidad de negocios Prentice Hall, perteneciente a la Pearson PLC, una de las mayores compañías dedicadas al negocio editorial para la educación, con tal de cerrar los plazos para la entrega de la nueva versión de The American Nation, el libro de texto por excelencia de los estudiantes secundarios, de modo que aparezca la campaña contra Afganistán teñida del mismo heroísmo que inunda las páginas dedicadas a la Guerra del Golfo de 1991. Los Jason adultos que disparan cohetes y los Jason niños que aprenden en las escuelas lecciones de superioridad y odio tienen razones para ser como son y serán. No hay que ir muy lejos, basta un vistazo a un mundo tan aparentemente alejado de la guerra como el de la moda. El último grito de Nueva York es utilizar chaquetas con las iniciales de los cuerpos de bomberos y de policías de la Gran Manzana, promovidas por modelos bien establecidos del sistema de estrellas como los actores Bruce Willis y Robin Williams, para estar a tono con los héroes que enfrentaron el terrorismo en la ciudad. Hasta la propia revista insignia en la moda, Vogue se pregunta en su número de otoño si esta no es una mezcla de snobismo y mercadotecnia que nada tiene que ver con la dura realidad que enfrentaron bomberos y policías ante la catástrofe. |
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