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![]() ¡Abuela, estamos vivas y nos vamos a levantar! ROGER RICARDO LUIS Sobre las cuatro de la tarde, las rachas de viento levantaban virtualmente de cuajo los primeros árboles del umbroso jardín de la escuela en el campo Estados Unidos Mexicanos, en Güines. Los ventanales soportaban a duras penas semejante embate. La corriente de aire en los pasillos hacían sinuosas emboscadas que lanzaban al suelo a quienes no se pegaban a la pared en la aventura de transitarlos.
En el interior de uno de los albergues habilitados para acoger a cerca de un centenar de familias del Paraíso y otros barrios de la zona, una señora entrada en años lloraba de pensar que semejante ventolera la hubiera dejado sin techo o sin casa; mientras, su nieta, le insistía en lo oportuno que habían sido los compañeros de la Zona de Defensa en evacuarlos, porque, de lo contrario, ni casa, ni vida.
Allí quedan a buen recaudo la vida de aquellos compatriotas quienes recibían alimentos y la atención de un médico. La presencia del jefe del Consejo de Defensa Municipal y otros compañeros en aquellos instantes lo corroboraba. La gente se sentía protegida en medio de la desgracia, así se lo hacía saber. En Güines, se habían habilitado 11 albergues hacia donde fueron trasladadas cerca de 4 200 personas, de un pronóstico inicial de 3 500. Desde el jueves había comenzado la operación por los vecinos de playa Rosario, sitio proclive a la penetración del mar. Por la mañana de ese día, ya la comunidad esperaba los vehículos para la evacuación. Otro tanto ocurría con los moradores de las viviendas enclavadas aguas abajo de la presa Mampostón y los residentes en las zonas que tradicionalmente se inundan en el municipio. En la economía local sucedía otro tanto. El Consejo de Defensa adoptó medidas excepcionales en almacenes, como el que guarda el azúcar de toda la provincia, en el central Amistad con los Pueblos. La preocupación estaba en las cerca de 40 caballerías de plátano en producción de la Empresa de Cultivos Varios. No más retornábamos de la escuela albergue se podía observar los platanales que caían al suelo como fichas de dominó. Las plantaciones de caña de la próxima cosecha comenzaban a ser encamadas. Árboles y postes obstaculizan las carreteras, las calles, cada poblado y caserío se antojaban meros fantasmas en medio de la brutal embestida del viento y el agua. Los techos están volando en Nueva Paz, escuchamos; lo mismo ocurría con el techado del estadio de pelota de San José. Por la autopista desierta entre Güines y La Habana, el vehículo a duras penas caminaba atacado ora de frente, ora por uno de los flancos, ora por detrás por las rachas del viento; en oportunidades daba la impresión de que la lata de la carrocería se comprimía, pero lo más lamentable era la triste alfombra de árboles derribados; ramas y hojas danzaban en remolino por la anchura de la vía. El paisaje nos hacía corroborar como el esfuerzo de meses y de años se iba al suelo: campos de cultivos destruidos, naves desarboladas en medio de la tormenta en una tarde de temprano anochecer. Aún es prematuro hacer estimados sobre los daños ocasionados por Michelle al este de la provincia de La Habana, pero a primera vista son significativos no solo para tan laboriosa población, sino también para la capital. Los mayores perjuicios se pueden identificar, por lo pronto, en los techos de las viviendas y almacenes, tendido eléctrico y telefónico, plantaciones de plátanos en producción y caña para la venidera zafra. Aquí fueron evacuadas 62 233 personas, de ellas 16 278 recibieron albergues en 95 escuelas y otras 96 instituciones, cifras que se consideran entre las más significativas en contingencias de este tipo en la región durante los últimos años. Todas las familias que viven en las zonas proclives a la penetración del mar, principalmente en la costa sur fueron trasladadas hacia sitio seguro como Surgidero de Batabanó, playa Cajío y Rosario. Los rostros de los compañeros del Consejo de Defensa Provincial denotan el cansancio de tantos días de vigilia, de movimiento, muchos llegan a la cita chorreando agua de la ropa, las botas chirrean a cada paso. El balance de la última reunión del día indica que hasta el momento no se ha verificado un solo caso de muerte, las decisiones adoptadas han rendido su fruto en la medida de las acciones previsibles. Ya se piensa en la fase de recuperación y apenas hay unas mínimas horas para el bocado de comida y de nuevo a la pelea para levantar lo perdido y seguir con el espíritu y la heroicidad que le dio a esta otra Habana la sede del 26 de julio. Aún cuando el viento resopla en la ventana de la redacción, sobre las diez de la noche, y escribo estas líneas, pienso en la anciana que lloraba en el albergue de Güines y en tantos compatriotas como ella que pasan hoy por tan dura prueba. Entonces valoro en toda su dimensión las palabras de la nieta al decirle más por convicción que por consuelo: ¡Abuela, estamos vivas y nos vamos a levantar! |
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