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El estrangulador y la fama ROLANDO PÉREZ BETANCOURT Realizada en el año 1968 por la mano siempre segura en su artesanía de Richard Fleischer, El estrangulador de Boston es una de esas películas de las que siempre se recuerda algo, porque en su elaboración se conjugaron con acierto diversos factores. La historia en que se basaba la cinta era tan cierta como horripilante: Once mujeres estranguladas en Boston entre 1962 y 1964 por un asesino múltiple que una vez tras otra demostró la incapacidad de la policía para capturarlo. Unas peripecias de suspenso y violencia sacadas adelante por el realizador Fleischer mediante un estilo matizado por un cierto aire de documental y que contó, en el papel estelar, con un Tony Curtis sorprendente para aquellos que bien sabían de las escasas dotes histriónicas de unos de los galanes emblemáticos del Hollywood de los cincuenta. El estrangulador de Boston, el homicida, hubiera podido pasar a la galería de los grandes asesinos nunca descubiertos y tejer una leyenda negra al estilo de Jack el Destripador, de no ser porque un buen día un hombre que se encontraba tras las rejas acusado de violación se puso a gritar "¡no busquen más, yo soy el asesino!". El presunto homicida se llamaba Alberto DeSalvo, era plomero y en la historia que en forma de libro armó con la ayuda de un escribano, se basó Fleischer para hacer la película. Sin embargo, DeSalvo nunca fue acusado legalmente y murió en la cárcel en 1973, víctima de 16 puñaladas propinadas por compañeros de encierro, no se piense que como lección moral por los desmanes cometidos, sino —según aseguran muchos— debido a que trató de entrar en un lucrativo negocio de drogas dominado por sus victimarios. Asesinos, por demás, que nunca pudieron ser identificados y arrojaron mayor misterio aún al caso del estrangulador de Boston. Ahora, casi treinta años después de su cruenta muerte, según informa AP, DeSalvo acaba de ser enterrado nuevamente tras realizársele una autopsia que podría exculparlo y hasta resolver las interrogantes que siguen pendulando en torno a su asesinato. Las pruebas científicas y los análisis del ADN fueron solicitados tanto por la familia del extinto plomero, convencidos ellos de que él no es el estrangulador de Boston, como por parientes cercanos de Mary Sullivan, última de las once víctimas. Y sale a relucir, una vez más, algo que en su tiempo fuera noticia de primeras páginas: Después de confesar sus crímenes, aún sin ser juzgado, pero ya con una popularidad esparcida a los cuatro vientos, mucho dinero en los bolsillos gracias al éxito que tuvo el libro, y principalmente por el filme en el que Tony Curtis se metió en su pellejo, DeSalvo se puso a gritar nuevamente, alegando que todo había sido un embaucamiento y que era tan inocente como un recién nacido envuelto en pañales. Triste y solitario, quería la notoriedad de un actor de primera línea, quería fama y por supuesto, dinero, alegan convencidos sus parientes y también los de la pobre Mary Sullivan. Una fama bien calculada, aunque enfermiza, que tocó una cúspide inesperada luego de ser declarado muerto en el hospital de la prisión, pero que ahora, cuando se cumplirán cuarenta años del primer asesinato del estrangulador de Boston y treinta y tres de la película, Albert DeSalvo tendrá que compartir, quién sabe si con una sombra en fuga que todavía arrastre los pies por alguna callejuela de Boston. |
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