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04/11/2001
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Juan Bosch, narrador de pura estirpe

PEDRO DE LA HOZ

Cuando a los 30 años de edad Juan Bosch llegó en 1939 por primera vez a Cuba, ya había causado inquietud en el panorama literario de Santo Domingo. Más aún que Indios, apuntes históricos y leyendas (1935), una monografía lírica dedicada a promover la olvidada y desaparecida contribución aborígen a la identidad dominicana, su novela La mañosa (1936) había desatado un vendaval por su propuesta subversiva por su ímpetu social y su declarada intención política. No en balde esa novela fue subtitulada por el propio Bosch como "novela de las revoluciones".

Con el paso del tiempo, La mañosa se ha convertido en un hito de obligada referencia en la literatura dominicana y caribeña del siglo XX. Desde el punto de vista compositivo, el texto se emparenta con una zona de la narrativa latinoamericana en boga por esa época, es decir, la producción del venezolano Rómulo Gallegos, el colombiano José Eustaquio Rivera, el mexicano Mariano Azuela, que heredaban del realismo crítico europeo de la centuria anterior los instrumentos para presentar relaciones telúricas y confrontaciones sociales. En su novela Bosch realiza un muy serio intento por explicar la incapacidad política de la frágil burguesía nacional emergente y la irrupción del caudillismo, que en su país tendría como fuerza gravitatoria un nombre tristemente célebre: Leónidas Trujillo.

La mañosa ha sido reivindicada en los últimos años como una pieza clave, según el ensayista Eugenio García Cuevas, "para entender y explicar la temprana vinculación del autor con el liberalismo revolucionario dominicano que no era excluyente de los sectores populares ni como novela de crisis histórica de la pequeña burguesía nacionalista y liberal de los años treinta".

Sin embargo, y pese a que muchos años después, en 1975, diera a conocer otra novela, El oro y la paz, sus más bruñidas armas literarias las dedicó al cuento. Un buen momento para los lectores cubanos se debió a Casa de las Américas, que editó en 1983 una excelente antología de sus narraciones cortas. Mas, para ser precisos, el conocimiento del cuentista Juan Bosch por nuestros lectores comenzó desde mucho antes: durante su larga estancia habanera, casi siempre una vez al mes, la revista Bohemia, de la cual era colaborador de planta, publicó narraciones suyas. Una selección de estos fueron reunidos en el volumen Ocho cuentos (1948) en una tirada costeada por el propio autor. Y antes, en 1941, la Imprenta A. Ríos, también de la capital cubana, había publicado Dos pesos de agua. Fue con Luis Pie, uno de los cuentos escritos entre nosotros, que ganó el Premio Alfonso Hernández Catá, uno de los más prestigiosos galardones literarios que se concedía en Cuba y que tuvo gran resonancia en el ámbito hispanoamericano hacia la medianía del siglo XX.

Sus narraciones cortas cumplen con los principios enunciados en el famoso decálogo de Horacio Quiroga. Se hacen notar por la economía de medios de expresión y los puntos de giro sorpresivos, que sustancian una estética realista y una prospección social incisiva.

Para un lector cubano leer hoy los cuentos de Juan Bosch puede resultar una experiencia tan útil y vivificante como volver a las páginas de nuestros Onelio Jorge Cardoso y Luis Felipe Rodríguez: en ellos habita el fulgor de las palabras en su batalla por apresar realidades sociales en sus momentos más críticos, dramáticos y definidores.

04/11/2001

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