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El pródigo Juan Pedro de la Hoz No siempre la prodigalidad se hace acompañar por la aventura y menos por el rigor. La obra musical de Juan Piñera (La Habana, 1949) combina esos tres pilares: abundante y sostenida de una parte, múltiple y diversa por otra, y asaeteada por los dardos de los muchos saberes del oficio. Todo ello respaldó la iniciativa de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) para incluirlo en su colección Catálogos de Compositores y presentar el resultado, pulcramente impreso, en el Premio de Musicología 2001 de Casa de las Américas. La realización del catálogo le fue encargada a una de nuestras más afanosas musicólogas, Marta Rodríguez Cuervo, quien en su prólogo señala la condición cardinal del ejercicio piñeriano al subrayar "el interés que este compositor tiene en restablecer lazos de unión con el pasado, combinando indistintamente obras de pronunciada experimentación con creaciones que acomodan las innovaciones de los años anteriores a un deseo de clarificación y estabilidad no lejano a lo que en ese momento ocurría en América y Europa". Seguir a Piñera, puedo
asegurarlo, es una de las más deliciosas e inquietantes formas de
disfrutar la contemporaneidad musical cubana. Nos ha dado una ópera, La
taza de café, que pudo ser, y todavía lo es, plataforma para
desempolvar y actualizar el género; partituras para ballet que se han
hecho memorables, como Tula; obras electroacústicas vitales, en
las que la técnica sirve a la expresión, como Tres de dos (junto
a Edesio Alejandro) y Cuando el aura es áurea; piezas para piano tan
sensibles y hoy diríanse postmodernas como Con la violencia de la
cortante piedra silenciosa torturada de salitre; suites para orquestas de
cuerdas que le vienen como anillo al dedo a la Camerata Roméu, y una
impresionante contribución —la mayor en estos tiempos insulares— a la
música para la escena. Su eclecticismo no es aleatorio; su pluralidad
jamás inconstancia. Entre las 203 obras compiladas al cierre del
catálogo, hay mucho deseo de aportar. |
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