![]() |
|
El Caballero de París Una escultura tallada en la leyenda Antonio Paneque Brizuela El Caballero de París, especie de estampa andante de La Habana, reflejada en Cuba virtualmente por todas las artes, acaba de ser abarcado por la escultura mediante una estatua del pintoresco personaje caminando por las calles de la ciudad que, tomando de la quijotesca figura su brebaje mítico, la convirtió también en mito del deambular citadino.
Gestor de la estatua de John Lennon en el parque capitalino de 17 y 8, y de una de Germán Valdés (Tíntán) en Ciudad Juárez, Villa revela la paternidad de la idea que sitúa a Julio Lledín en medio de una trilogía de esculturas signadas por un mismo sello conceptual y de intenciones: colocar la obra sin que mediaran elementos entre ella y el público que la pudieran distanciar, "más al alcance de la gente", a fin de hacerla más participativa. "Tan pronto quedó inaugurada en el parque de 17 y 8 la escultura de John Lennon, con Fidel todavía presente —explica Villa— Eusebio Leal me solicitó que hiciera una estatua del Caballero de París para ubicarla cerca del lugar donde reposan desde hace un tiempo sus restos en la Plaza de San Francisco de Asís, en la acera de enfrente". Develada ya para el público, aunque se espera por su inauguración oficial, la escultura está al aire libre, como marchando por los sitios que frecuentaba en La Habana Vieja. Ha sido concebida, según su autor, "con el sentido de perpetuar en La Habana una imagen que durante décadas fue leyenda obligada de la ciudad y sobre la cual han hecho referencia expresiones culturales como la música, el cine, las artes plásticas y la literatura". Lejos de una presencia tranquila, sentada o recostada en los postreros lugares donde habitó Lledín, la escultura refleja su otra faceta vagabunda: el caminar por la ciudad que lo hizo famoso desde el lado más opuesto del éxito y dio vida a sus delirios hasta convertirlo en algo así como el alucinado más famoso de nuestra historia. "La escultura de este Caballero refleja una figura menos envejecida que la conocida por mi generación en los portales de la calle 23. Más joven, pues preferí situarlo aproximadamente en la década del 50 al 60". "Cuando al Caballero de París se le observaba con detenimiento, inspiraba mucha ternura y yo traté de que conservara esa expresión. Lo más difícil de conseguir fue darle una expresión cálida, bondadosa, que emanara tranquilidad, a pesar de tener una imagen fuerte con su pelo largo, su ropa y su capa. "Traté de concebir su
imagen un poco como él fue realmente y un poco como, a lo mejor, él se
imaginó que era". |
|