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![]() Huellas de Francia en Pinar del Río Fue en la tercera década del siglo XIX que los llanos y montañas de esta provincia conocieron de la presencia de elegantes caballeros y encopetadas damas que con su refinamiento y cultura imprimieron una nueva dinámica a la vida en los parajes donde se asentaron Zenia Regalado Elegantes colonos franceses vestidos de frac y sombrero de castor, encopetadas señoras con originales abanicos que paseaban por el llano en volantas de última moda, estuvieron por parajes montañosos de Pinar del Río para fomentar cafetales que trajeron consigo un poco de la cultura de allende los mares. Aquella emigración tuvo su máximo esplendor en la década del 30 del siglo XIX.
Dijo Fernando Ortiz del café que era "negro africano de nación, horro, cimarronero y ladino". Se cuenta que fue descubierto en Abisinia cuando el dueño de unas cabras contempló perplejo como éstas se movían con más vigor después de comer unas raras semillas rojas. El propio etíope después las probó tostadas y sintió como se llenaba de nuevas energías. Se extendieron por el mundo las mágicas semillas y los peregrinos mahometanos las llevaron a la Meca y fueron destinadas por Mahoma a los fieles de Alá. Se difundieron por toda Arabia y el resto del mundo musulmán. "Era la negra bebida del profeta contra la roja bebida de los cristianos". Así voló de continente en continente. La filosofía, las artes y las letras se acompañaron con el café. Juan Sebastián Bach compuso en su honor una de sus famosas cantatas. Delille, el poeta, tomaba cada día 20 jícaras y Voltaire llegaba hasta las 80 tazas para estimular a las musas. A Cuba llegó en 1748 —y a principios del XIX se extendió por toda la Isla— y siete años después a Puerto Rico. Cuando España y Francia perdieron definitivamente la isla de Santo Domingo muchos emigrados llegaron a Cuba y se establecieron en Pinar del Río, La Habana, Matanzas y Santiago. El primer francés que llegó a Vueltabajo fue Jean Delaunay, en 1791 natural de Bordeaux y radicado en Santo Domingo. Dos años después arribó otro grupo entre los cuales venían militares derrotados como Francisco Chappotín, quien fundó el cafetal La Gloria, al noreste de la loma El Taburete. Pero fue en 1802 cuando ocurre la explosión cafetalera en la Sierra del Rosario, llegando hasta 65 haciendas, aunque no todas fomentadas por franceses. EXCURSION A VUELTABAJO Cirilo Villaverde, el ilustre escritor pinareño, describió en su libro Excursión a Vueltabajo uno de esos atractivos asentamientos, el cafetal de Angerona, cuya casa principal comparó con un templo griego, adornado por una guardarraya de palmas, y que tenía gran número de tendales para el secado del café, almacenes, molinos, barracones para los esclavos, dos jardines de plantas aromáticas, una torre que servía como prisión y corrales de ceba. En su interior la casa principal disponía de espaciosos cuartos con puertas con resorte. Trabajos finos en madera dura se veían por doquier. Villaverde, quien amó y describió como nadie la hermosura de su terruño, llegó hasta allí después de recorrer más de cien leguas por "sendas extraviadas llenas de precipicios". ¿A dónde fue a parar aquel pequeño mundo francés? Picados por la curiosidad decidimos husmear con tal objetivo y lamentablemente hoy quedan solo ruinas, excepto algunos sitios que se rescatan para los ávidos ojos de hoy, como el cafetal Buena Vista, a un kilómetro de la comunidad Las Terrazas, en Candelaria.
Recorriendo los senderos de lajas de piedras que le rodean y mirando su espaciosa casa con amplias ventanas que se abren hacia las montañas, nos parecía escuchar el toque de tambores proveniente de los cercanos barracones en los que los negros soñaban ser libres como aquellos amos que se entretenían leyendo literatura francesa y quién sabe si visitando dos grandes observatorios, el de Brazo Nogal y Monte Pelado, desde donde se veía el Golfo de México. Gracias al proyecto de desarrollo sostenible con bases en el turismo que se lleva a cabo en Sierra del Rosario, se hizo una reconstrucción histórica del cafetal Buena Vista, creado en 1802 por el inmigrante francés Saint Selarrabe, quien en un inicio tuvo bajo su mando a 25 esclavos africanos los cuales cargaron sobre sus dolidas espaldas miles de toneladas de materiales para la construcción de las sólidas edificaciones que asombran hoy al visitante. Frente a la casa de vivienda una enorme campana que se empleaba para avisar la huida al monte de algún esclavo, es mudo testigo del sufrimiento de aquellos seres humanos condenados a vivir como animales. Allí están los secaderos de café, el horno de cal, el pilón industrial y lo que fueron los barracones donde amargas historias de lejanía y separación eran vividas cada día. EL CAFETAL SANTA SUSANA Cuando la revolución en Haití, Susana Sou Fou emigró a Jamaica y a fines del siglo XVIII se casó con un inglés que vivía allí, Jorge Jowe. Después fueron a vivir a Nueva Orleans, lugar desde donde partieron hacia Cuba en 1808, con una descendencia de tres hijos y compraron tierras en la actual Sierra del Rosario donde fundaron el cafetal Santa Susana. En Cuba, Jowe , hombre muy culto, llegó a ser miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País. Pasados veinte años recibieron la visita del reverendo norteamericano Abiel Abbot, a quien recomendaron una temporada en la zona pues estaba enfermo de los pulmones. Él describió los cafetales de la región en un libro que se llama Cartas. Susana quedó al frente de la hacienda a la muerte de su esposo. Sus hijos se destacaron por su ilustración, y ella demostró que era una mujer de armas tomar. Espíritu aventurero y emprendedor tenía que existir en aquellos personajes que se lanzaron a conquistar la desconocida montaña. Aquel fue uno de los más extraordinarios cafetales de la zona, levantado en las márgenes del río San Francisco, sobre un promontorio rocoso, donde se conserva el 60 por ciento de lo que fue la casa de vivienda y algunas instalaciones industriales. LA HUELLA FRANCESA HOY Los investigadores Jorge Freddy Ramírez y Fernando Paredes concluyeron un libro para la editorial José Martí titulado La huella francesa en Cuba. Los cafetales de la Sierra del Rosario (1709-1850). Detalles de mucha valía atesora este volumen, que aunque sencillo, es un incuestionable aporte para la Historia de Cuba. Jorge Freddy, uno de sus autores nos mostró el manuscrito en el que aparecen elementos de la cultura francesa que aún perduran, como el de decenas de apellidos de familias que residen en Sierra del Rosario, entre ellos Pouble, Chapottin, Landot, Nortei, Leret, Beri, Laborí, Masón, Manec, Laurente, Clarens, y otros muchos. Desde el punto de vista botánico aquella inmigración incorporó nuevas especies de plantas al paisaje, unas para dar sombra al cafeto, otras para alimentar al ganado y a las personas. Quienes se internan en la zona encuentran una gran mezcla de vegetales autóctonos e introducidos, en la que no faltan las plantas ornamentales y las que se emplean para condimentar. A mediados del siglo XIX desaparecieron o fueron abandonados los cafetales de la Sierra del Rosario debido al proteccionismo español, la alta competencia internacional sobre todo de Brasil, así como la evolución económica interna de Cuba orientada hacia la industria azucarera. Actualmente las investigaciones relacionadas con aquella época ocupan a un grupo de jóvenes pertenecientes al museo de historia del municipio de Candelaria. Husmear en nuestras raíces y en ese "ajíaco" que somos siempre es una motivación apasionante. Periódico El Guerrillero. http://www.guerrillero.co.cu/ |
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